Colombia y Venezuela. “Espero una solución por los pobres de ambos lados”

La jefa de la cadena latinoamericana de televisión analiza la tensión, relata la historia de la violencia en Colombia cruzada con la historia de su propia vida y pide una “solución estructural” con una nueva política de fronteras.

patricia villegas

Por Martín Granovsky
Página/12 En Venezuela/ Desde Caracas

Dice la presidenta de Telesur que está satisfecha con las transmisiones a varios idiomas mientras hace la cuenta regresiva porque ya se viene la cobertura de la visita papal a Cuba y los Estados Unidos. Patricia Villegas parece en su casa cuando muestra el juguete nuevo, un estudio circular que permite varias configuraciones y que marcará la superación de otro estudio famoso, que ven desde hace muchos años los televidentes: el que tiene una columna en el medio porque así era el edificio. Pregunta si en la Argentina lo más probable es que haya una o dos vueltas. Por curiosidad política pero también para planear la cobertura, porque el mismo 25 de octubre volverá a votar Guatemala y habrá elecciones en Haití. Cuando al fin se sienta, cerca de un monitor que mirará de reojo varias veces y por el que desfilan noticias de último momento junto con las imágenes del bombardeo contra Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973, Patricia Villegas define que ante la complejidad de los problemas elige plantarse “como una persona joven que no tiene todas las respuestas”.

–¿Las respuestas a qué?

–A problemas difíciles. Nací en 1974. Soy joven. Para mí también Hugo Chávez era joven. Y Néstor Kirchner era joven. Probablemente, ya que hablamos de problemas y de respuestas, hoy sea más entendible el proceso de la violencia colombiana. Pero todos los habitantes de Colombia tenemos una huella de violencia en nuestra vida. Yo perdí a mi papá porque mi papá fue una víctima de la violencia y creo que eso marcó lo que soy, lo que creo y el lugar donde me pongo. Cada vez que hablo de coherencia hablo de la posición que uno tiene en la vida, en mi caso marcada por la muerte y por el dolor de crecer sin padre. La mía no es la posición del que tiene sino la del que necesita. Por eso entiendo también qué es necesitar la quincena o no tener para pagar la matrícula. Todo eso tiene que ver con lo que uno es. Claro, no todo el mundo lo procesa de la misma manera.

–¿Por qué terminaste en Venezuela?

–Estudié cine en San Antonio de los Baños y Comunicación en Cali. En un momento estuve entre la academia y trabajar con las comunidades del sur de Colombia. Cuando iba a terminar la carrera me ofrecieron un trabajo en el canal del Estado en Cali. Necesitaba trabajar y empecé a trabajar. Ya tenía la idea de la comunicación como un derecho fundamental. Como me tocó enfrentar realidades duras siempre tuve una idea más colectiva que individual. Cuestionaba, desde mi condición mi mujer, los estereotipos. A fuerza de mi historia personal aprendí a cuestionar el mundo y a tratar de no quedarme de brazos cruzados. Cuando me lo llevo a Simón a Telesur y me pregunta dónde vamos, le digo que a trabajar para cambiar el mundo. Trabajar en una causa más que en un trabajo. Conozco Venezuela pero conozco bien Colombia. Yo no quiero ser publicista de un país, quiero ser relatora. Contarlo.

–¿Cómo es Colombia?

–Conviene saber que detrás de nuestra cordialidad y nuestra facilidad de palabra hay un país hecho añicos. Parte de lo peor que pasó con la guerra es que una buena parte de la sociedad no quiso ni quiere ver la guerra. Hay niños pidiendo pero no los ven. Gente durmiendo en la calle y tampoco la ven. Otros muriéndose de hambre, invisibles. Ese tipo de cosas te pudre. Quiero relatar también eso. Lo mío no es meterme en la escandalera de la guerra. A veces uno construye más quedándose calladito y haciendo. Por ejemplo Telesur hizo mucho por Colombia pero no necesitamos ni que lo reconozca. Lo hicimos porque estábamos convencidos.

–¿Qué hicieron?

–Siempre intentamos hacer un trabajo serio de cobertura del conflicto. Hoy el mundo entero reconoce que hay conflicto y por eso apoya el proceso de paz con las guerrillas. Pero no pasaba lo mismo hace unos años.

–Ahora no están solo el conflicto y la negociación entre el gobierno colombiano y las FARC. También está el conflicto entre Venezuela y Colombia.

–Espero que se resuelva.

–¿De qué manera sería la solución?

–Con medidas estructurales. Con política de frontera de ambos lados. Yo espero una solución por los pobres y los humildes de ambos lados. Es inmoral que se diga que Venezuela no haya apoyado a Colombia. La discusión no puede ser tan torpe y tan cínica, porque no ayuda a la gente. El gobierno venezolano es el que va a ayudar. No es lindo ver a la gente salir con sus cosas en la cabeza. Esperemos que regrese. Tengo un hijo grancolombiano, ¿no?

–¿Se llama Simón por los motivos obvios que uno puede suponer?

–Exactamente. Se llama Simón José. Pero Bolívar no estuvo siempre presente. El niño no tuvo nombre hasta una semana antes de nacer. Se llamaba bebecito. Decíamos: “Vamos a ponerle un nombre que siempre nos una”. Mi esposo quería que se llamara lo que fuese siempre que el segundo nombre fuera José. Yo quería ponerle solo Simón. Pero resulta que Bolívar se llamaba Simón José de la Santísima Trinidad, y entonces no pude decir que no al nombre de José. Perdí por la fuerza de la historia.

–¿El bebé llegó con la Santísima Trinidad?

–No, tanto no. Ni siquiera se me había ocurrido antes tener un hijo. Mi maternidad tiene que ver con la esperanza, con la ilusión, con Venezuela, con Chávez. Amén de haber encontrado la persona indicada, por supuesto.

–¿Cuánto lo trataste a Chávez?

–Mucho menos de lo que mucha gente cree, y mucho más de lo que me imaginé antes. Yo vine a trabajar a Telesur pero detrás de esa decisión había un enorme interés en conocer la Venezuela de Chávez. Desde afuera era muy difícil hacerse una idea real de qué estaba pasando en el país. En ese momento ni se me cruzaron Chávez, la maternidad y Simón.

–O sea que por deseo de saber tu vida cambió.

–Venezuela es algo muy fuerte. Y siempre apoyó el proceso de paz. En la Navidad de 2007 yo no me moví de Caracas. Me pareció que si los venezolanos no estaban teniendo Navidad yo tampoco debería tenerla.

–¿Estás hablando de la Navidad en la que Kirchner viajó a Colombia con Marco Aurélio García a ver si conseguía la liberación de rehenes de las FARC?

–Sí. Ese 24 Chávez se fue a cenar algunas de las hijas de los retenidos por las FARC. Yo misma estaba en Telesur transmitiéndolo. Hablarán de cálculo, pero en Chávez había capacidad de dar. Antes que él nadie no solo en Venezuela sino en Colombia siquiera se tomó un café con esa gente. Nosotros lo vimos. Ese diciembre yo sellé mi amor por Chávez.

A Chávez lo quise mucho, como a un padre. Y lo extraño tanto como a mi padre. Que es mucho. Siempre me acuerdo del día en que se murió.

–Fuiste la que dio la noticia.

–Una casualidad. Su hermano Adán nos daría una entrevista. La iba a hacer yo. Cuando estaba en el hospital me llamaron para pedirme la antena satelital de Telesur. Naturalmente dije que sí. Y minutos después fue el anuncio de la muerte. Por eso fui la única periodista que contó al mundo lo que estaba pasando. Relaté esas primeras horas. Un increíble giro del destino: a una muchacha de Cali que se viene aquí para conocer la Venezuela de Chávez le toca contar que Chávez se murió. Al rato me llamó un sobrino desde Colombia. “Lo siento mucho, tía”, me dijo. Sabía cuánto quería yo a Chávez. Mira, me siento agradecida con la vida de haber podido estar en Venezuela y en Telesur contando lo que hemos podido contar, disfrutando, soñando, sufriendo, enojándonos. Han sido diez años muy intensos para la región y yo siento que estuve en una posición de privilegio en el sentido del cronista. Y sacando adelante uno de los proyectos que más claramente es un producto de esos diez años. Eso es Telesur, que ya no solo existe sino que hace parte del panorama de los medios en el mundo.

–Te gusta ser cronista.

–Como diría mi madre, me gusta echar el cuento.

–Telesur explica y cuenta pero su corazón político no está disimulado. ¿Cómo combinás lo que pensás con la honestidad intelectual del oficio periodístico?

–En el hacer. Todo el tiempo. Tomando decisiones. Cargas con todo eso en una mochila, en un morral. Cada decisión tiene un poco de todo eso pero sin pensarlo mucho. Es un desafío que resuelves con lo que ya llevas a cuestas. Y se forma de muchas cosas: de la experiencia propia, de la formación, de las creencias… Y del lado de quienes te has puesto.

–Ponerse de un lado y hacer periodismo. Supongo que te lo cuestionan.

–Si todo el mundo hace eso… Yo todavía doy el beneficio de la duda para algunos que no saben que lo hacen. En cambio no les doy ningún beneficio a quienes lo hacen y se hacen los que no lo hacen. Pero todo el mundo toma posición. El punto clave es la coherencia.

–¿Con qué visión?

–Uno comparte visiones y muchas veces posiciones políticas, pero no necesariamente es un siamés de aquello en lo que cree. Lo más importante es sentirse cómodo con el trabajo diario.

–¿Qué es la comodidad en ese sentido?

–Algunos creen que lo más cómodo es no pelearse con la realidad. A mí me parece lo contrario. Lo cómodo a mi criterio es pelearse con una parte de lo que pasa. Te pudre buena parte de la realidad. Te confronta. Te hace llorar. La clave es qué tanto haces para contar ese mundo de una manera rigurosa. Por eso hablo de la coherencia. Me refiero a lo que sientes y lo que piensas. En este caso tu trabajo es mucho más que tu trabajo y entonces dejas tu impronta. Cuando tú escribes en Página, tu impronta es personal. Ahí está tu firma. El mío es menos personal.

–Ejercer la presidencia, incluso de Telesur, también permite dejar la impronta. ¿Cómo?

–En un sitio como Telesur es difícil ser dictatorial. Invitas, seduces, conduces, cuestionas… Incluso provocas miradas hacia determinadas cuestiones.

–¿La dinámica de la tele hace que sea difícil ser dictatorial o que sea difícil no serlo?

–Ja ja, es difícil no serlo en decisiones de ya para ya. Por eso es importante haber tenido consensos antes. Por que a nadie le gusta la dictadura y está bien que no le guste. Menos en procesos como los nuestros. Cuando estás en instituciones que trabajan por un lucro o por vender publicidad es otra cosa. No estoy criticando, ¿eh? Ni a esas instituciones ni a quienes trabajan en ellas. Solo estoy haciendo una descripción. Aquí tienes trabajando a los rebeldes, a los que no quisieron seguir el molde. Nadie se lo quiere calar. Además se lo merece la gente que ha sido rebelde. Se merece ser respetada en lo que piensa. Aquí tenemos diversidad.

–¿Cuándo se sintetiza esa diversidad?

–Con la fuerza de los hechos. La realidad ayuda. La realidad del trabajo, digo. No estamos haciendo un documental al año sino un documental cada hora. Ese es el imperio que nos marca el ritmo sobre qué tanto puede durar una discusión.

–¿Las discusiones son sobre el oficio o sobre política?

–Sobre todo. Pasa una cosa interesante y agradable. Aquí trabajan personas de distintas nacionalidades, con una historia particular. Eso hace que fácilmente yo sepa que en Colombia parar un auto en la ruta para que te lleve…

–En argentino, hacer dedo.

–En Colombia es pedir la cola y en Cuba botella. Discutir es maravilloso entre tanta gente diferente. Pero las discusiones no son muy largas porque hay una emisión cada hora.

–Discuten cortito.

–Gracias a gente que viene de distintos lugares y de distintas posiciones ideológicas. Pensar que estamos de acuerdo con todo en todos los temas es absurdo. Hay matices y colores sobre todo ante fenómenos complejos como los que vemos hoy en el mundo. Claro, en otros momentos no hubo dudas.

–¿Por ejemplo?

–El golpe de Estado a Zelaya, el presidente de Honduras, en 2009. Nos comprometimos desde el primer minuto y transmitimos todo. Todo.

–Fue el gran hecho de instalación internacional de Telesur.

–Sí, tuvo mucho impacto. Obviamente tampoco hubo debate interno sobre qué hacer ante el intento de golpe contra Rafael Correa. Libia sí fue un desafío.

–¿El ataque norteamericano a Khadafi? ¿Cuál fue el desafío?

–Desentrañar en ese mismo momento qué había detrás. Muchos de los académicos que entrevistábamos, gente progresista incluso, relativizaba la gravedad de lo que ocurría.

–¿El dilema era cómo cubrir sin centrarte en Khadafi?

–Así dicho es fácil. ¿Cómo deskadafizas en ese mismo momento cuando sabes que lo que vendrá es peor?

–¿Y cómo sabían que vendría la desarticulación de Libia, o que vendrían más muertes?

–Lo nuestro es sencillo. Aquí tenemos imágenes. Imágenes reales. Muchas imágenes. Todos en Telesur veíamos las mismas imágenes. Prefiguraban el futuro. Y el tiempo nos dio la razón.

–¿Qué otro ejemplo de fenómeno complejo enfrentaron?

–Tomemos uno a mano: Centroamérica hoy mismo. A primera vista muchos podríamos aplaudir que haya un presidente acusado por corrupción y que hoy esté en la cárcel.

–Otto Pérez Molina, Guatemala.

–Claro, de eso estoy hablando. Pero el hecho central, ¿es un presidente en la cárcel por corrupción? ¿Sabemos bien cuál es el papel actual de la Cicig, la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala? Detrás de la Cicig están los Estados Unidos y Europa, y yo no saco conclusiones rápidas pero tampoco dejo de preguntarme dos, tres, cuatro, cinco o seis veces qué hay detrás de cada cosa. Bien: en Telesur muchos creen que estamos ante una primavera centroamericana. Yo personalmente no creo que sea eso lo que está pasando. El tiempo lo dirá. Y por suerte ahí estaremos para registrarlo.

La tele que nos mira

Hasta no hace tanto gays, lesbianas, trans y bisexuales permanecían atrapadxs en personajes secundarios o hasta desterrados, fuera de cuadro.

En Viudas e Hijos del Rock & Roll, comedia que comenzó con 21,3 puntos de rating, se contrapone el universo del rock y el del conservadurismo de la familia tipo. Y también emerge un abanico de personajes diversos que logra muchos más matices que los prototipos de la loca plumífera, la travesti parada en la esquina o la lesbiana fuera de la ley.

¿Hasta qué punto la TV se va desprendiendo de sus estereotipos de origen? ¿Qué es objeto de broma y qué no? Da la impresión de que hoy la pantalla se permite mostrar a personas lgbt con las infinitas variedades del alma humana sin por eso pecar de incorrecta. ¿Estará el horario central ajustándose a los tiempos que nos corren?

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Por Marlene Wayar


Ni creo en las medidoras de rating, ni entiendo mucho su mecanismo, pero sí entiendo que algo es real en cierto universo. Viudas e Hijos del Rock & Roll comenzó con alto rating en Telefe y, a pesar de algunas mínimas fluctuaciones, mantiene horario central, llegando a muchos y diversos hogares. La pantalla se convierte así en un raro espejo de sus intrincadas redes de interacción, donde ni la oligarquía habla sola, ni las voces más desposeídas quedan sin ser oídas. Hannah Arendt creó la fórmula lingüística “La banalidad del mal” para expresar que las tremendas atrocidades cometidas por las personas no se debían necesariamente a su crueldad, su antisemitismo (en el caso Eichmann, teniente coronel de las SS), su carácter retorcido o una mentalidad enferma, sino a su falta de crítica a lo establecido e imperante, con una carencia de ética propia junto a la que priman la obediencia silenciosa a ese orden. Dicho esto, entonces, quiero agradecer profundamente el valor de quienes guionan Viudas…: Ernesto Korovsky, Silvina Frejdkes y Alejandro Quesada. El valor que han tenido para pintar nuestra banalidad argenta. Nos ha dado un excelente entretenimiento con las mismas características de lo que puede primar como propuesta en el mercado, pero con una historicidad que brilla en la lucidez con la que han retratado a estos personajes que aquí describo.

Viudas_e_hijos_del_Rock

Roby Bettini
Lalo Mir
Una admirada celebrity del palo del rock que tiene como única cuestionadora a su propia hija. A pesar de su actitud contraria al orden, en algo muy importante ha fallado: dejando a sus dos hijas –una incluso no reconocida– el sentimiento de descuido.

Miranda
Paola Barrientos
Apuesta por volver a aquel orden (tradicional) que papá desafió, cometiendo el error de no juzgar a su padre en sus circunstancias. Regresa a la familia heterosexista y ya tiene dos motivos que la extorsionan para que todo continúe igual; su hijxs con Segundo “Second” Arostegui (Juan Minujín), que visiblemente es un número uno (9 de handicap en polo) con un otro Segundo puto y metido en el armario para sostener este modelo ideal.

Papá y mamá
Arostegui
Luis Machín y Verónica Llinás
Unos pasados actuales que se regodean en el patetismo del maltrato constante y de cualquier grado a cualquier otro ser humano. Tienen la inmensa capacidad de derrapar con el enojo, la bebida o cualquier otra situación más o menos excepcional. Estos engendros aletearon y aletean espasmódicos sus alas y todos a su alrededor los sufren. Desfilan sus víctimas hasta márgenes insospechados.

Pedro “la Gorda” Gatto
Darío Barassi
Surca estas turbulentas aguas con destreza dándole gas a su antojo de ser. Algo de eso mismo tienen Gaby (María Leal) y Titi que, como Roby, vivieron el rock, pero desde algo menos macho, aunque permanentemente tengan en boca el miembro viril de cualquiera. Será por esa energía fémina que no sólo están en pie sino que continúan disfrutando de un fasito y del bon vivant argento, claro.

Denise
Florencia Peña
No hace al nudo argumental pero ayuda a develar aún más cómo hasta los héroes cometen el error de herir con su naturalización del orden humano. Ella siendo una trava “minita” debe salir del armario a cada encuentro, desde el más intrascendente de ellos, como el que tiene con Titi (Georgina Barbarossa), o uno pretendidamente íntimo, como el precipitado pedido de mano de “Rama” (Fernán Mirás) que sale corriendo dejando a Denise seducida y abandonada. Su identidad no padece disforia, padece de ser una ajustada imagen del modelo, cuando en realidad no lo es. Característica que justifica la elección de Flor si es que tiene que ser justificada. Denise debe verse “minita”, y no toda actriz trava posee esa cualidad al menos si ya sabemos quién es. A los argumentos sobre el trabajo trans (“¿por qué no la interpreta una actriz trava?”) yo le opondría preguntas, ¿y por qué no una trava haciendo de minita/mujer/abuela? y ¿por qué no puedo aspirar a que sea Norma Aleandro la que interprete a una trava? Si sólo nosotras tenemos lugar para hacer de trava, como actores y actrices villerxs sólo seremos consideradas hacedorxs del propio rol, y por tanto, salvo rara excepción, seremos de reparto. La Denise que compone Florencia está tan bien que podría decirle a cuál de mis amigas me recuerda. Quienes exigen esto creen que sólo somos estereotipos. La elección de una mina para el personaje evidencia cómo, cuando se nos pone en situación violenta, somos violentas y no necesariamente machos. Allí la actriz consigue su mejor tono al no fingir una masculinidad que no tiene y que supondría el personaje y, por otro lado, verificar que una minita también tiene maneras tajantes de decir “no”. Aquí el guión desnuda algo que todas sabemos por propia experiencia, al menos en alguna oportunidad la desfachatez de los tipos para levantar donde la necesidad ajena poco importa. Me recuerda también un tip básico de mi escuela trava: siempre caminar contra el tránsito, si viene un piropo, que sepan a quién está dirigido, porque duele más si después del piropo le sigue un insulto o el más inocente “¡Es un trava!”, aunque afirme tu capacidad de seducción.

El regreso de los hermosos y malditos

 

Por Adrián Melo

Amor à vida, Félix (Mateus Solano),

Amor à vida, Félix (Mateus Solano),

Hubo un tiempo en que la comunidad LGTB reclamó que la ficción representara personajes positivos que vivieran alegre y libremente sus sexualidades y sus placeres, sin represión ni finales trágicos. Fue parte de una lucha en tiempos oscuros donde gays, lesbianas y travestis eran siempre representados por más de cien años en la literatura, el cine o la televisión como monstruos, vampiros, demonios, suicidas desesperados, asesinos o sórdidos delincuentes.

La pantalla televisiva argentina recorrió un largo camino que es el que quizá le permite hoy mostrar a gays y lesbianas en las infinitas variedades del alma humana sin por eso estar mostrando incorrección política. Y también quizá por ello, la comunidad LGTBIQ puede celebrar al menos en dos producciones latinoamericanas actualmente en el aire, Rastros de mentiras y La viuda negra, el regreso de las locas malas en la ficción y las lesbianas atormentadas que llevan su pasión hasta el extremo como a veces sentimos que quisiéramos hacerlo en la vida. Así, Rastros de mentiras (Brasil, Amor à vida, 2013-2014) retrata a Félix (Mateus Solano), un gay malísimo y neurótico que descarga la frustración sexual de un matrimonio de apariencias, maltratando a su mujer y a su hijo (en uno de los primeros capítulos, desmesuradamente enojado le rompe la patineta), y que para satisfacer sus ambiciones personales no duda en secuestrar a la beba recién nacida de su hermano y arrojarla en un contenedor de basura en un callejón (se sabe que el culebrón tiene sus excesos). Paradójicamente, Rastros de mentiras fue la primera telenovela brasileña en mostrar una escena de beso gay entre dos hombres, y la primera de la Red Globo que muestra un beso homosexual, que produjo debates, escándalos y aplausos alternativos en Brasil. Es curioso que hayan elegido para el primer beso a un personaje gay negativo, el antagonista total de la novela.

viuva negra

En La viuda negra (Colombia, 2014), el personaje lésbico es Susana (la sensualísima Katherine Porto), el primer amor femenino de la protagonista, la poderosa narcotraficante colombiana Griselda Blanco (Ana Serradilla), más conocida como “La reina de la coca”. Primero, hábil e independiente comerciante de bienes raíces, Susana comienza a colaborar con la organización delictiva de Griselda en su traslado a Miami. Luego, seducida por la belleza de Griselda, no puede contener su deseo apasionado y llega a extremos tales como amenazar a punta de pistola y atar a la legendaria narcotraficante para poder besar su cuerpo; o, al no poder conquistarla, pasarse en venganza al cartel enemigo de Griselda para destruirla. Sin embargo, el final de Susana en brazos de su amada y el último acto de amor de Griselda resulta conmovedor y redime el amor entre estas mujeres malditas que solemos adorar. ¿Acaso no estábamos un poco hartos de los gays y lesbianas santurrones y bondadosos a los cuales parecía obligar la corrección política de la ficción televisiva? ¿Acaso no añorábamos a estos personajes al margen de la ley y más allá de la moral?