Un fétido viento de racismo ronda por Europa

Je suis Charlie Chaplin

por Shlomo Sand
CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

“La lectura del Corán es repugnante. Desde que nace, el islam se distingue por su voluntad de someter el mundo. Su naturaleza, es someter…” (Michel Houellebecq, citado el 31 de agosto de 2001).

Nada justifica un asesinato, aún menos un asesinato masivo cometido a sangre fría. Lo que ha ocurrido en París, a comienzos de enero, constituye un crimen absolutamente inexcusable.

Decir algo semejante no contiene nada original: millones de personas piensan y sienten de la misma manera. Sin embargo, a la luz de esta horrible tragedia, una de las primeras preguntas que se me ocurren es la siguiente, a pesar del profundo disgusto experimentado por los asesinatos, ¿es obligatorio identificarse con las acciones de las víctimas? ¿Tengo que ser Charlie porque las víctimas eran la encarnación suprema de la ‘libertad de expresión’, como ha declarado el presidente de la República? ¿Soy Charlie no solo porque soy un ateo secular, sino también por mi antipatía fundamental hacia las raíces opresoras de las tres principales religiones monoteístas occidentales?

Ciertas viñetas publicadas en Charlie Hebdo, que he visto hace mucho tiempo, me parecieron de mal gusto. Solo unas pocas me hicieron reír, ¡pero ese no es el problema! En la mayoría de las viñetas sobre el islam publicadas por el semanario durante la última década, he percibido una irritación manipuladora que se proponía seducir aún más a los lectores, obviamente no musulmanes.

La reproducción por Charlie de las caricaturas publicadas en la revista danesa me pareció espantosa. En 2006, ya había percibido como una provocación pura el dibujo de Mahoma portando un turbante combinado con una bomba. No se trata de una caricatura contra los islamistas, sino de una estúpida amalgama del islam con el terrorismo, ¡es equivalente a identificar el judaísmo con el dinero!

Se ha afirmado que Charlie, arremete imparcialmente contra todas las religiones, pero es mentira. Ciertamente, se burla de los cristianos y, a veces, de los judíos. Sin embargo, ni la revista danesa, ni Charlie se permitirían (afortunadamente) publicar una caricatura presentando al profeta Moisés, portando kipá y flecos ceremoniales, con el aspecto de un astuto prestamista, sobrevolando la esquina de una calle. Es bueno que en la sociedad que en estos días se denomina “judeocristiana” (sic) ya no debería ser posible diseminar públicamente el odio a los judíos como sucedía en un pasado no demasiado lejano. Estoy por la libertad de expresión mientras me opongo al mismo tiempo a la incitación racista.

Admito, gustosamente, que tolero las restricciones generalizadas impuestas a Dieudonné por su “crítica” y sus “chistes” contra los judíos. Por otra parte, me opongo positivamente a los intentos de controlarlo físicamente. Y si, por casualidad, algún idiota lo ataca, no me espantaré demasiado… pero no llegaré a enarbolar una pancarta con la inscripción “yo soy Dieudonné”.

En 1886, se publicó en París La France juive de Edouard Drumont. Y en 2015, el día de los asesinatos cometidos por los tres idiotas criminales, aparece bajo el título de Soumission la France musulmane, el libro de Michel Houellebecq. El panfleto La France juive fue un auténtico éxito de ventas a finales del Siglo XIX. Incluso antes de su aparición en las librerías, ¡Soumission ya es un éxito de ventas!

Estos dos libros, cada uno en su época, han gozado de una considerable y calurosa cobertura en los medios de comunicación. Hay, ciertamente, diferencias entre ellos. Entre otras cosas, Houellebecq sabe que, a principios del Siglo XXI, ya no es aceptable generar temor ante una amenaza judía, pero que sigue siendo fácilmente aceptable vender libros implicando una amenaza musulmana. Alain Soral, menos hábil, no ha comprendido las “reglas”, y por este hecho se le margina en los medios. ¡Tanto mejor! Houellebecq, por otra parte, ha sido invitado, con mucha fanfarria, a aparecer en el codiciado programa de las 8 de la noche (journal de 20 heures) de la televisión pública francesa, mientras su libro es simultáneamente responsable de diseminación del temor al islam.

Un mal viento, un fétido viento de peligroso racismo, ronda por Europa: existe una diferencia fundamental entre el cuestionamiento de una religión o de una creencia dominante en una sociedad y el ataque o a la incitación contra la religión de una minoría dominada. Si desde el seno de una sociedad “judeomusulmana” [no menos ridícula que la etiqueta judeocristiana] en Arabia Saudí, en los Emiratos del Golfo, hay un mar de fondo de protestas y advertencias contra la religión dominante que oprime a miles de trabajadores, y millones de mujeres, tenemos la responsabilidad de apoyar a los manifestantes perseguidos. Ahora, como sabemos perfectamente, los dirigentes occidentales, lejos de alentar a los e sabe perfectamente, dirigentes occidentales, lejos de alentar a los “voltairenses y russonianos” en Medio Oriente, mantienen su total apoyo a los regímenes religiosos más represivos.

Por otra parte, en Francia o en Dinamarca, en Alemania o en España, pobladas por millones de trabajadores musulmanes, frecuentemente obligados a realizar los peores trabajos, en la parte baja de la escala social, es necesario mostrar la máxima prudencia antes de criticar al islam, y sobre todo no ridiculizarlo de modo grosero.

Actualmente, y sobre todo después de esta terrible masacre, mi simpatía va hacia los musulmanes que residen en guetos adyacentes a las metrópolis, quienes corren considerable riesgo de convertirse en las segundas víctimas de los asesinatos perpetrados en Charlie Hebdo y en el supermercado Hyper Cacher. Sigo tomando como referencia el ‘Charlie original’: el gran Charlie Chaplin, quien nunca se burló de los pobres y de las personas con menos formación.

Además, y sabiendo que lo que uno escribe siempre ocurre en un contexto, ¿cómo no presentar el hecho de que, durante más de un año, hay tantos soldados franceses presentes en África para “combatir a los yihadistas”, cuando no se ha realizado ningún debate serio en Francia sobre la utilidad o el daño de esas intervenciones militares? Al gendarme colonial de ayer, que tiene una responsabilidad indiscutible en el patrimonio caótico de fronteras y regímenes [arbitrarios], se le “hace volver” hoy para reinstalar “la ley y el orden” mediante su gendarmería neocolonial contemporánea.

Francia se unió a la coalición militar en Irak, junto al gendarme estadounidense responsable de la enorme destrucción del país sin haber expresado jamás el más mínimo pesar y participa en los bombardeos de las bases del Estado Islámico. Aliada con la “ilustrada” dirigencia saudí y otros ardientes partidarios de la “Libertad de expresión” en Medio Oriente, [Francia] preserva las fronteras de la partición ilógica que ha impuso hace un siglo según sus intereses imperialistas. La llaman para bombardear a los que amenazan las preciosas reservas de petróleo cuyo producto consume, sin comprender que al hacerlo invita al riesgo de ataques terroristas en el corazón de la metrópolis.

Pero, en realidad, es posible que ese proceso se comprenda bien. El Occidente ilustrado no puede posiblemente ser una víctima ingenua e inocente, como adora presentarse. Por supuesto, para que un asesino mate a sangre fría a gente inocente y desarmada es necesario ser cruel y perverso. Pero es necesario ser hipócrita o estúpido para cerrar los ojos ante los hechos que han creado los fundamentos de esta tragedia.

También es prueba de una ceguera que más vale que comprendamos: este conflicto aumentará aún más si no trabajamos todos juntos, ateos y creyentes, para abrir caminos verdaderos de vida conjunta sin odiarnos mutuamente.

Shlomo Sand es autor dl libroe How I Stopped Being a Jew [Cómo dejé de ser judío], Verso, 2014. En noviembre de 2014 a le negaron la oportunidad de hablar en una Universidad en Francia (fuente de la libertad de expresión). La UJFP resume el asunto aquí .

Shlomo Sand invention of the jewish people

Una versión anterior de este artículo se publicó en la web de la Union Juive Française pour la Paix y se reprodujo en Mediapart . Traducido del hebreo al francés por Michel Bilis y al inglés por Evan Jones.

Charlie Hebdo: calar ou ser morto?

A blasfémia é um direito e não um crime

por Francisco Teixeira da Mots
Público/ Portugal

 

democracia censura

A dimensão de que goza a liberdade de expressão numa sociedade é uma excelente forma de aferirmos da sua democraticidade pelo que a definição dos seus limites deve ter sempre em conta que a proibição ou a repressão de qualquer opinião, por mais aberrante que seja, é sempre um prejuízo para a sociedade, ao impedir a livre circulação de ideias.

Há, no entanto, expressões que podem ou devem ser reprimidas, como, por exemplo, a instigação pública à prática de crimes, na medida em que constituam um perigo sério e atual para a integridade física e psíquica dos cidadãos, mas nunca por não concordarmos com as mesmas ou porque sejam aberrantes ou sinistras. Como disse o juiz Oliver Wendell Holmes Jr., do Supremo Tribunal norte-americano, a liberdade de expressão não protege o pensamento dos que concordam connosco, mas sim o pensamento que odiamos.

Muito daquilo que se escrevia e desenhava no Charlie Hebdo – e espera-se que assim continue – era de um profundo mau gosto, por vezes, abjecto e sempre de uma enorme inconveniência, num jornalismo satírico e violento que, à partida, não respeitava nada nem ninguém, testando os limites admissíveis da liberdade de expressão numa cruel apologia de uma humanidade despida de tabus e preconceitos, de moralismos e hierarquias. É por isso mesmo perfeitamente absurdo ver, entre outros, os presidentes da Hungria e da Turquia, países onde a liberdade de expressão é uma miragem, desfilarem em Paris sob a bandeira “Je suis Charlie”.

A matança na redação no Charlie Hebdo é uma manifestação de um fanatismo político-religioso, desesperado, ao qual não podemos responder de forma cordata, mas sim com o radicalismo da palavra: reafirmando a essencialidade de podermos pensar e falar livremente. Não podemos aceitar polícias do pensamento e da palavra, sejam eles fundamentalistas religiosos ou fanáticos moralistas. Muçulmanos, judeus ou cristãos.

Responder com um pretenso “bom senso” ao ataque terrorista à liberdade de expressão em França, com afirmações do tipo “há que ter em conta a sensibilidade dos outros e evitar proferir publicamente palavras que chocam as crenças, nomeadamente religiosas”, seria abdicar da nossa responsabilidade e liberdade enquanto seres humanos e cidadãos de sociedades democráticas. Seria a vitória do terrorismo. No fundo, ceder à chantagem.

A Al-Qaeda da Penísula Arábica já reivindicou a autoria do atentado, nomeadamente a escolha do alvo e o financiamento da operação. Segundo um dirigente desta organização, “a operação foi uma grande satisfação para todos os muçulmanos” e constituiu “uma mensagem forte a todos aqueles que se atrevem a meter-se com o que é sagrado para os muçulmanos”, aproveitando para exortar os ocidentais a “pararem com os seus ataques em nome de uma falsa liberdade”.

Este criminoso fanatismo político-religioso, de uma vanguarda iluminada e autoproclamada representante de toda uma comunidade, que responde às caricaturas do Charlie Hebdo com a execução pública dos cartoonistas não pode prevalecer. Temos de continuar a poder dizer – quem o quiser fazer – e a poder ouvir – quem o quiser, também – todas as inconveniências, políticas, religiosas e culturais, sob pena de um dia não podermos dizer nenhuma, nem mesmo aquelas que já não acharmos inconveniências.

Embora a liberdade de expressão, como garantia do livre pensamento, deva incluir o direito à blasfémia, isto é, às injúrias e desrespeito às divindades e às religiões, não é essa a realidade legal em todos os Estados democráticos. Mas seja um direito ou seja um crime, a blasfémia não é seguramente justificação ou atenuante sequer para a morte dos seus autores.

O terrorismo sempre foi uma realidade extremamente minoritária e nunca conseguiu atingir grandes objectivos ou provocar grandes modificações sociais, antes se consumindo em atos que, embora de grande visibilidade e impacto emocional, são isolados e estéreis. Não podemos, pois, aceitar que o medo nos domine, nem que a Europa mergulhe em qualquer sinistra deriva securitária como aquela a que assistimos nos EUA após o 11 de Setembro, com um crescimento exponencial do Estado com graves prejuízos para os direitos individuais.

Haverá, certamente, explicações para aquilo que sucedeu em Paris, para além do indesmentível fanatismo dos seus autores. Como também as haverá para as crianças armadilhadas “explodidas” em mercados da Nigéria. Ou muitos outros atos terroristas. Certo é que não podemos nunca aceitar abdicar da nossa liberdade pela chantagem terrorista daqueles que desprezam a nossa humanidade.

P.S.– Espera-se que o humorista Dieudonné, que escreveu na sua página de Facebook após ter participado na manifestação do dia 11 de Janeiro que se sentia “Charlie Coulibaly”, seja absolvido do crime de apologia de terrorismo por que foi detido a bem da liberdade de expressão.

“Do que temos medo é do depois”

por RACHEL DONADIO

Farid Ben Morsli

Farid Ben Morsli

Perto das 9h10 da noite de segunda-feira, os sobreviventes do Charlie Hebd romperam em gargalhadas e aplausos, logo seguidos dos gritos “Allahu akbar!” — uma alegre ironia. O grupo aplaudia Rénald Luzier, cartoonista conhecido por “Luz”, que à enésima tentativa conseguiu produzir a capa perfeita para o tão antecipado novo número deste iconoclástico semanário. Mostra o profeta Maomé segurando um cartaz a dizer “Je suis Charlie” (eu sou Charlie) e tem a frase “Tudo está perdoado”.

“Habemus capa” disse, sorrindo, Gérard Biard, o chefe de redacção do jornal, ao sair da redacção improvisada e usando a frase que anuncia um novo Papa. Explicou como tentaram chegar à imagem certa: “Perguntámos a nós próprios: ‘O que queremos dizer? O que devemos dizer? E de que forma?’ Sobre o tema, infelizmente, não tínhamos dúvidas.”

Desde sexta-feira, apenas dois dias depois de homens armados terem massacrado 12 pessoas no jornal, que 25 membros da equipa se reuniram nas instalações do jornal de esquerda Libération, debaixo de pesada protecção policial, para preparar o novo número. Ainda estavam em choque e desconcertados por, de repente, serem os heróis da liberdade de expressão perante os mesmos sistemas político e religioso que há muito satirizavam.

Ao mesmo tempo que os jornalistas lidavam com a tristeza, havia notas de humor mordaz. Os cartoonistas desenhavam, enquanto descreviam como foi difícil continuar depois do horror na sua redacção; outros expressavam a sua raiva em relação aos assassinos. A grande pergunta que pairava no ar: como conseguiriam ter piada num momento destes?

“Nós não sabemos fazer outra coisa a não ser rir”, disse Biard, que estava de férias no dia do ataque.

Por todo o mundo, o massacre motivou um debate sobre falhas de segurança, radicalismo islâmico e aquele ter sido um ponto de viragem. Milhões de pessoas abraçaram o slogan “Eu sou Charlie”. Mas aqui, numa sala de conferências no topo do edifício, com uma vista deslumbrante para a Torre Eiffel, só estavam um grupo de cartoonistas e de jornalistas: chorando, petiscando, rindo, violando a lei que proíbe fumar em espaços fechados e tentando aguentar-se o tempo suficiente para produzir um novo número.

A primeira reunião editorial, na sexta-feira, não começou com tiradas ou provocações editoriais, mas com a lembrança dos colegas assassinados, com o ponto de situação sobre os feridos e com a visita surpresa do primeiro-ministro, Manuel Valls, e de Fleur Pellerin, ministra da Cultura e das Comunicações — visitas raras na redacção de um jornal de quem só podem esperar troça e não um pedido de entrevista.

“Decidimos fazer uma edição normal, não um número de homenagem”, disse Biard na sexta-feira, dia em que decorreu uma reunião de três horas. Para a sala foram levados tabuleiros com salmão fumado, sanduíches e sobremesas com creme. Uma fiada de polícias à paisana guardou a porta. Cinco computadores cedidos pelo Le Monde foram montados numa mesa redonda de vidro. Desde os ataques, os donativos não páram de chegar, e foi criado um fundo — jaidecharlie.fr (Eu ajudo Charlie).

À medida que a redacção voltava à vida, na sexta-feira à tarde, Biard reflectia. “Eles mataram pessoas que desenhavam cartoons. Só isso. Era só o que estas pessoas faziam. Se têm medo disso…, que deus é o deles?”, perguntou enfaticamente.

Montar a logística para fazer sair o jornal não foi fácil. Foi preciso arranjar autorizações do tribunal para retirar material que estava na antiga sede, agora fechada, porque é uma cena de um crime. Com a ajuda do Libération, o Charlie Hebdo imprimiu três milhões de cópias; a sua tiragem habitual é de 600 mil exemplares. Previa-se também que o jornal fosse traduzido em várias línguas.

Uma ideia estava clara: manter a memória dos mortos viva publicando trabalhos antigos deles. E nesta edição haverá desenhos dos cinco cartoonistas mortos: Stéphane Charbonnier (Charb, o director), Jean Cabut (Cabu), Bernard Verlhac (Tignous), Georges Wolinski e Philippe Honoré. Também decidiram homenagear as outras vítimas, publicando trabalhos de Bernard Maris, um economista, e de Elsa Cayat, psiquiatra, que escreviam colunas, e talvez publicar uma coluna inédita de Mustapha Ourrad, que era o revisor de texto.

“Neste número eles não mataram ninguém”, explicou Biard. Os membros da equipa “aparecem como sempre apareceram”. Questionado sobre o que mais teria este número, Patrick Pelloux, médico que também escreve no Charlie Hebdo, respondeu, com uma gargalhada: “Oh, não sei. Não se passou grande coisa esta semana.”

La mayor manifestación en la historia de Francia

CASI CUATRO MILLONES DE PERSONAS MARCHARON EN TODO EL PAIS CONTRA LA VIOLENCIA FANATICA Y POR LA LIBERTAD; UN MILLON Y MEDIO EN PARIS

pag 12me

Por Eduardo Febbro
Página/12 En Francia

Desde París

No cabe en las cuentas, en las estadísticas, en los métodos para contarlos: sólo cabe en las páginas de la historia política del siglo XXI. París desapareció bajo la multitud que desbordó sus calles, sus bulevares, que pobló de miles y miles de dibujos y slogans el recorrido que une la Plaza de la República con la Plaza de la Nación. La prefectura de París no pudo establecer un conteo coherente de las personas que inundaron la capital unidas en un sentimiento transparente de pertenencia a una raíz común, la libertad. Casi cuatro millones de personas desfilaron en toda Francia, un millón y medio en París, por la libertad de expresión y contra el terrorismo. Nunca visto, un episodio masivo e inédito, tejido de silencios, aplausos, lágrimas, respeto y emoción. La mayoría republicana, multiconfesional, contra una minoría enceguecida. “No en mi nombre”, dice un cartel que un manifestante musulmán levanta sobre su cabeza. “No hay libertad sin coraje”, dice otro. “Estoy de duelo, no en guerra”, clama un tercero. Sobre el suelo de la Plaza de la República alguien escribió: “Hizo falta que ocurriera lo que pasó en Charlie Hebdo para que nos sintiéramos unidos. Continuemos”.

No faltó nadie en esta movilización ciudadana. Ni los que eran adeptos del semanario Charlie Hebdo ni quienes lo detestaban. Las escenas de la capital francesa se repitieron en todas las ciudades del país, en las localidades pequeñas o grandes. Sólo la presencia de incómodos responsables políticos venidos de varias partes del mundo puso una nota paradójica a esta marcha por la libertad. Entre los 60 jefes de Estado o de Gobierno que viajaron a París había mastodontes de la antidemocracia, reyes de la opresión, representantes del amordazamiento de la libertad de la prensa o políticos con las manos sucias por la corruptela: Mariano Rajoy, el presidente del gobierno español; el primer ministro Turco, Ahmet Davutoglu; Ali Bongo, el presidente de Gabón, gran perseguidor de las libertades públicas; Viktor Orban, el jefe del gobierno húngaro conocido por sus leyes restrictivas contra la libertad de la prensa; el rey Abdallah II de Jordania –otro eximio estrangulador de la libertad de expresión– o Sameh Choukryou, el canciller de Egipto, representante de un Estado que es la perla negra de la represión política.

El equipo de Charlie Hebdo que sobrevivió al ataque abrió la marcha. A muchos, como al dibujante Luz, les hubiese gustado salir a la calles con caricaturas de Nicolas Sarkozy –estaba en primera línea, no lejos de François Hollande–, de Benjamin Netanyahu, de Abdallah II de Jordania. Sin embargo, una imagen fuerte se impone a las demás: la presencia, a la cabeza del cortejo parisino y apenas separados por cuatro dirigentes políticos, del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas. Junto a ellos también caminaron el presidente francés, François Hollande; la canciller alemana, Angela Merkel; el primer ministro británico, David Cameron; los primeros ministros de Portugal, Bélgica, Grecia; el presidente de Mali, Ibrahim Bubacar Keita, y el secretario de Justicia de EE.UU., Eric Holder, quien declaró: “Hoy somos todos ciudadanos franceses”. Más realista, David Cameron admitió que “la amenaza jihadista estará entre nosotros durante muchos años”.

marcha lideres

El ex presidente norteamericano George W. Bush respondió con bombas e invasiones a los ataques del 11 de septiembre (Afganistán e Irak). La sociedad francesa, con la fuerza colectiva y lápices elevados hacia el cielo. Bruno Le Maire, un ex ministro de Agricultura de la derechista UMP, comentó: “Hoy los franceses dicen que esto no puede continuar. Son nuestros hijos a quienes mataron, son el producto de nuestra sociedad”. La otra imagen fuerte de este día histórico fueron las lágrimas y los abrazos en plena calle que intercambiaron Hollande con Patrick Pelloux, doctor y redactor del semanario satírico que salvó su vida porque llegó tarde a la reunión de redacción, y fue el primero en socorrer a las víctimas. “Todo es tan extraño como bello. El calor de tanta gente, este pueblo unido con calma por la libertad de expresión. Creo que es el primer día de algo”, dijo Pelloux. Y ese “algo” aún no está formulado. Es una masa sin cuerpo. Hay que distinguir dos fronteras: la de la gente y la dimensión política. La primera fue una reacción unánime ante algo vivido como un acto de suprema barbarie, como un atentado contra esa “igualdad, libertad, fraternidad” que componen el triángulo del simbolismo cívico francés. “De pronto me siento igual que cuando ganamos el Mundial de Fútbol en 1998 y todos nos sentíamos semejantes, hermanos. Sólo que esta vez la hermandad la plasmó un atentado sangriento”, dice Antoine, un padre de 52 años, casado con una marroquí, que tiene tres hijos a quienes trajo a la manifestación para que “valoren lo que es la libertad de expresión, para que entiendan cómo sería Francia si esa libertad no existiera”.

Lo segundo, lo político, está por verse. Las presiones sobre el Ejecutivo de Hollande para que tome medidas represivas y asuma de forma pública una política distinta en materia de inmigración son fuertes. La derecha, por el momento, está en la mordaza de la emoción del país y no puede sacar muy rápido sus garras para disputarle a Hollande la legitimidad ganada en estos días y a la extrema derecha su electorado. El líder histórico de la extrema derecha, Jean Marie Le Pen, dijo hace dos días “yo no soy Charlie” y calificó de “payasos” a la multitud que llenó las calles de París. La voz de Le Pen es por el momento inaudible, meramente anecdótica. Francia se apoya en sí misma, en la emoción y el dolor que la vuelca a una unión instantánea, sin demandas o interrogantes que estructuren el futuro. Se apoya en el asombro a la hora de descubrir que su propia sociedad puede albergar en sus entrañas seres capaces de cometer actos semejantes. Desde hace cinco días todo lo que ocurre no tiene precedentes: el asalto a Charlie Hebdo, los doce asesinatos, el secuestro de decenas de personas en un supermercado judío de París, los cuatro rehenes muertos, las manifestaciones cotidianas y, al fin, esta inmensa convergencia entre millones de individuos que supieron sobreponerse al odio primario, a la reacción violenta, al racismo, para unirse en la defensa de un ideal ensangrentado: la libertad. “Charlie” y “Libertad” fueron las palabras más pronunciadas por los manifestantes.

Ni Islam, ni musulmanes, ni inmigrantes, ni extranjeros o inmigración. Libertad, sólo libertad. El clima de reconciliación dio lugar incluso a escenas impensables en un país protestón y rebelde como Francia. La gente, por lo general hostil a las fuerzas del orden, les rindió un homenaje multitudinario por el trabajo que realizaron en los casi tres días que duró la investigación. Acostumbrados a los silbidos y a los insultos, los policías, las fuerzas antimotines, se vieron sumergidas por los aplausos, las rosas regaladas y los pedidos de autógrafos.

El sufrimiento creó una magia conciliadora y, al mismo tiempo, corrió el telón de algo que se había quedado oculto entre los pliegues de la crisis y la globalización, entre los debates y los manoseos políticos, entre el clima mundial, los rencores humanos, el desempleo, las dudas sobre Europa y la identidad nacional: restauró la noción de libertad y de pueblo, la conciencia de una pertenencia colectiva a ciertos valores de raíz con los cuales vivían sin darse cuenta. Mientras el mundo los admira por muchas razones, los franceses llevan años dudando de sí mismos, de su sociedad, de sus contenidos. “Somos un pueblo”, tituló el matutino Libération en su edición de Internet. Francia se reencontró a sí misma. París fue por un largo y sincero momento la capital del dolor y del reencuentro. El horror hipnotizó a Francia y a París durante varios días. El mismo horror quebró la indiferencia y arrojó a una sociedad entera a sus propios brazos para llorar y mirarse, al fin, a los ojos. Aquellos días de cines cerrados, de metros evacuados, de sirenas alocadas y comercios con las cortinas bajas parecen estar en otra dimensión de la realidad. Anette, una mujer de 65 años que consiguió un permiso especial para salir unas horas del hospital en donde estaba internada, dice, abrazada a su familia: “No olvidamos ni olvidaremos nunca lo que pasó. Pero hoy, con estos abrazos y estas lágrimas que derramamos, empezamos a ser de nuevo y a reivindicar lo que construimos juntos”. Este horrendo episodio deja abiertas muchas lecturas posibles y varios futuros inciertos. La prensa mundial empieza a titular sus ediciones con sonoras frases que dicen: “París, capital mundial contra el terror” (El País). Es mucho más que eso. Prueba de ello son los muchos nombres que se le pusieron a la manifestación de este domingo, los más frecuentes fueron “contra el terror” o “por la libertad de expresión”. El domingo, millones de personas eligieron el segundo.

multa

Por que não sou Charlie Hebdo

Eu_N_O_sou

por Rafo Saldanha

Nada justifica o massacre na redação do jornal Charlie Hebdo, mas algumas generalizações e relativizações na cabeça da sociedade são tão perigosas quanto kalashnikovs na mão de fundamentalistas.

O caso Charlie Hebdo levantou grandes discussões. Há políticos, instituições, governos, jornalistas e comentaristas de Facebook de todas as estirpes falando sobre o assunto em tribunas, periódicos e mesas de bar. Todos são unânimes em condenar a brutalidade dos ataques, porém as divergências de opinião são maiores que as concordâncias.

Enquanto muitos discursos falam sobre o perigo da amplificação do ódio contra comunidades muçulmanas na França e ao redor do mundo, não faltam aqueles que de pronto condenem a “selvageria e brutalidade” da religião islâmica e dos povos árabes, engrossando as fileiras de fundamentalistas nacionalistas que organizam marchas xenófobas contra a “islamização da europa”, a favor das intervenções militares criminosas dos estados ricos do Ocidente nos países do Oriente Médio e África e respaldando o racismo que tornou possível e aceitável a longa série de políticas coloniais e práticas exploratórias que sustentaram a economia e poder da França desde que esta se tornou um Estado-Nação.

Entretanto, não quero falar agora sobre as divergências de opinião, e sim sobre o consenso, expresso no slogan “Je suis Charlie” (Eu sou Charlie), que inundou as redes sociais e capas de jornais ao redor do planeta. O slogan é atrelado à ideia de que o que ocorreu ontem na França implica um atentado contra a liberdade de imprensa e valores democráticos ocidentais; implica dizer que toda imprensa é livre pra publicar irresponsavelmente qualquer conteúdo; implica dizer que o direito de zombar de uma religião é o mesmo que lutar pelo estado laico; e implica, principalmente, que o ataque foi simplesmente resultado do extremismo (ou da falta de senso de humor) religioso diante de uma critica “ácida e sagaz”, excetuando-se todo o contexto de marginalização e discriminação da comunidade muçulmana na França. Principalmente, implica ignorar à que se propõe e quais os efeitos dessas charges no contexto político-ideológico de um país com níveis alarmantes de racismo.

O argumento mais comum que encontrei nas redes sociais e comentários de jornais on-line é o de que o Charlie Hebdo fazia charges ofensivas sobre todas as religiões, e que portanto, se cristãos conseguem ver charges com Jesus e levar como uma piada, então muçulmanos também deveriam. Esse é um argumento raso porque coloca no mesmo patamar a situação das comunidades muçulmanas e das comunidades cristãs na Europa, ao mesmo tempo que reforça a ideia de superioridade ocidental racionalista. É o mesmo simplismo de quem diz que chamar um branco de “palmito” tem o mesmo peso de chamar um negro de “macaco”. Não é só uma piada.

A quem serve a islamofobia?

No dia anterior ao massacre de Charlie Hebdo aconteceram duas marchas na Alemanha: uma pela expulsão de árabes e muçulmanos do país e outra contra o discurso xenófobo da direita ultra-nacionalista alemã. Esse tipo de manifestações populares contra minorias étnicas fica cada dia mais comum em toda a Europa, e a França, sempre avant-garde, é um dos maiores focos de marchas e movimentos racistas, machistas e xenófobos na Europa.

Na França a “Questão Muçulmana” é uma obsessão prioritária dos grupos de direita. O jornalista Edwy Planel, autor do livro “Pelos Muçulmanos” (título dado em alusão ao artigo “Pelos Judeus”, escrito por Emile Zolá sobre o caso Dreyfus) aponta os ataques à comunidade muçulmana com sendo a principal plataforma de discurso eleitoral na França de hoje.

Nicolas Sarkozy é um exemplo claro da presença do discurso racista na política francesa. Podemos citar seu discurso na Universidade de Dakar, em julho de 2007, quando disse:

“O drama da África é que o homem africano não entrou totalmente na história. O camponês africano, que desde milhares de anos vive conforme as estações, cujo ideal de vida é estar em harmonia com a natureza, só conhece o eterno recomeço do tempo ritmado pela repetição sem fim dos mesmos gestos e das mesmas palavras. Nesse imaginário onde tudo recomeça sempre, não há lugar nem para a aventura humana, nem para a ideia de progresso. Nesse universo onde a natureza comanda tudo, o homem escapa à inquietude da história que inquieta o homem moderno. Mas o homem permanece imóvel no meio de uma ordem imutável, onde tudo parece ser escrito antes. Nunca ele se lança em direção ao futuro. Nunca não lhe vem à ideia de sair da repetição para se inventar um destino.”

Vamos lembrar que quando fala do “homem africano” (como se todos os povos de África fossem um único grupo homogêneo) Sarkozy alude especialmente à população muçulmana, uma vez que a França invadiu e colonizou a Argélia e o Marrocos, de onde vêm a maior parte dos imigrantes islâmicos da França.

Atualmente vem ganhando muito espaço ideológico o partido de extrema direita Frente Nacional, cuja principal voz é Marine LePen, famosa pelo discurso islamofóbico e pelas políticas anti-imigração. Le Pen, forte candidata para as próximas eleições presidenciais, declarou hoje, no embalo do ataque de ontem, que “a França está sendo atacada”, e aproveitou para reforçar sua proposta de instaurar a pena de morte no país.

O professor Reginaldo Nasser aponta, em artigo publicado ontem, pra o perigo do uso do caso Charlie para fortalecer as políticas ultra-nacionalistas francesas:

“Há de fato uma situação conturbada na França e que vai piorar a partir de agora, os preconceitos com os imigrantes podem aumentar e reforçar um sentimento nacionalista. Le Pen é a representante de um pensamento xenófobo no país. Mas temos que esperar ainda pra ver quais serão dos desdobramentos quando se descobrir os culpados.”

Portanto, a mobilização massiva criada em torno do slogan “Je suis Charlie”, se for ausente de uma crítica séria sobre a situação dos muçulmanos na Europa e as razões da islamofobia na França, tende a ser apenas combustível para a xenofobia e os partidos ultraconservadores.

A quem serve a liberdade de expressão?

Aqueles que ostentam orgulhosos o slogan “Eu sou Charlie” se dizem advogar pela liberdade de expressão, porém não questionam o que significa essa liberdade de expressão nem tampouco quem tem direito a essa liberdade. Ninguém se preocupa com a censura à liberdade de expressão religiosa islâmica na França.

Em 1989 o jornal “Le Nouvel Observateur” publicou uma capa contra o uso do hijab, o véu muçulmano, nas escolas. Isso levou a uma discussão que culminou na lei de 2004 proibindo que meninas islâmicas usem lenços nas aulas e desde 2011 há uma circular do Ministério da Educação recomendando que se impeça a presença de mães usando hijabs na área em torno dos colégios. Nunca houve proibição do uso de crucifixos ou camisas com slogans cristãos. A esquerda francesa (e a maior parte da esquerda ocidental) se mostrou favorável a esta lei ou, na melhor das hipóteses, silenciou sobre ela, sob o pretexto da defesa do Estado Laico. Esquecem-se que o laicismo serve para preservar o direito à liberdade de exercício de pensamento religioso ou à liberdade de não exercer nenhuma crença religiosa. E esquecem-se de que o islã não é apenas uma crença religiosa, mas também um referencial de identidade de toda uma comunidade historicamente oprimida, remetendo à questões religiosas, culturais, étnicas e políticas.

Proibir a expressão de sua religião é censura. Proibir a expressão de sua identidade cultural é eugenia. Imaginem, por exemplo, uma lei brasileira proibindo o uso de turbantes e símbolos da Umbanda e Candomblé em áreas públicas. Seria uma conquista do estado laico ou (mais) um ataque às crenças afro-brasileiras?

Na esteira das liberdades de expressão negadas pelo governo francês intrinsecamente conectadas ao Islã está a abominação legislativa sancionada no ano passado, quando a França tornou-se o primeiro país do mundo à proibir manifestações de apoio à Palestina, durante os bombardeios israelenses à Faixa de Gaza, que assassinaram 1.951 pessoas e feriram 10.193 civis. Qualquer pessoa que participasse de um protesto contra os crimes de guerra de Israel, práticas de Terrorismo de Estado respaldadas ideologicamente por políticos e formadores de opinião entre a população israelense através de fundamentalismo nacionalista e argumentos de fundamentalismo religioso judaico e islamofobia, seria preso por um ano ou pagaria multa de 15 mil euros. Se o manifestante cobrisse o rosto durante o protesto, a pena subia pra três anos de detenção.

Cabe ressaltar aqui que não sei qual foi o posicionamento do jornal Charlie Hebdo sobre esse caso em particular, mas certamente a comunidade internacional não se manifestou tão passionalmente sobre o direito dos franceses à liberdade de expressar apoio aos palestinos.

Então, cabe a pergunta:

A quem faz rir o humor de Charlie Hebdo?

Não existe piada sem um alvo, e o senso de humor tem poder político por natureza. Piadas podem ser um meio de contestação ou de sedimentação do senso comum, do status quo dominante. Quando um humorista faz uma piada racista, está endossando o racismo de quem ri, criando no riso um lugar seguro pra que os estereótipos racistas cresçam, legitimando ignorância e raiva disfarçados de senso de humor. As pessoas formam suas concepções de mundo, de certo e errado, de verdade e justiça, muito mais através de piadas e slogans simplistas do que de resoluções da ONU e tratados de sociologia.

Me lembro que, quando era criança, meu pai comprava livros de piadas em bancas de jornal e passava o dia atormentando minha mãe com piadas machistas sobre loiras burras e mulheres caricaturizadas da pior forma possível. Eram sessões ininterruptas de ofensas, mas ela as ouvia com um sorriso amarelo, uma vez que “era só piada”. Da mesma forma, ele contava as piadas mais ofensivas possíveis sobre negros, sempre respaldado pelo fato de que “não era o que ele pensava”, e sim “só o que estava escrito nos livros de piada”. Foram anos desse tipo de piada “inocente”, até o dia em que, sem tom de piada ou riso suave, ele me proibiu de namorar mulheres negras.

É muito comum que se veja, no Brasil, “humoristas” como Danilo Gentili e Rafinha Bastos, vindos de uma mesma escola de racismo, machismo e homofobia que geraram o riso bobo de Costinha e Renato Aragão, defenderem seu direito de se promover discurso de ódio como se isso fosse “liberdade de expressão”. E, mais triste ainda, é muito comum ver a população brasileira defendendo essa “liberdade” de humilhar, ofender e sedimentar preconceitos contra minorias, sob o rótulo falsamente liberal (e bastante estúpido) de “politicamente incorreto”. Muitas vezes eles dizem que estão fazendo humor político, “expondo o racismo” ao fazer piadas racistas. Esse é um argumento preguiçoso e altamente hipócrita pra manter seu direito de ser um racista alegre e ainda posar de Voltaire do facebook.

O humor das charges do jornal Charlie Hebdo estão na mesma esteira de qualquer senso de humor racista. Os defensores do “Je suis Charlie” não cansam de dizer que a revista é o Pasquim Francês. Dizem que as caricaturas são ácidas e corajosas, atacando todas as religiões e expondo a homofobia e o fundamentalismo do islã. Porém, o que as caricaturas de Mohammad fazem é respaldar o ódio e a ignorância sobre o islã, as comunidades muçulmanas francesas e os povos árabes.

Na caricatura em que o profeta Mohammad aparece beijando um cartunista branco não há contestação nem levantamento de discussão. Não é um canal de diálogo com as comunidades muçulmanas para contestar as posturas homofóbicas da religião e de suas muitas multi-culturais comunidades ao redor do mundo. É apenas um desenho de um homem branco europeu beijando o símbolo máximo de uma religião pertencente à outro povo. Não é assim que se levanta um debate, não é assim que se dialoga e não é assim que se contesta. Tudo o que a caricatura faz é zombar do Islã (cuja crença considera ofensivo representar graficamente seu profeta), cortar os possíveis canais de discussão com a comunidade que criticam e aumentar os preconceitos dos franceses islamofóbicos, que assim se sentem superiores aos seus vizinhos islâmicos. Não é um discurso que contesta a homofobia das comunidades islâmicas, e sim uma agressão que contesta a legitimidade de uma comunidade marginalizada e que não dá voz essa comunidade. Esse tipo de agressão só torna mais difícil que a sociedade em geral ouça à muçulmanos que buscam combater o discurso conservador dentro da sua religião à despeito de professarem sua fé.

Nos dias depois da publicação dessa edição com Maomé na capa, a redação do jornal foi incendiada. Na edição seguinte, o jornal meteu na capa o profeta Maomé a beijar um jornalista do Charlie Hebdo com a frase "O amor é mais forte que o ódio"

Nos dias depois da publicação dessa edição com Maomé na capa, a redação do jornal foi incendiada. Na edição seguinte, o jornal meteu na capa o profeta Maomé a beijar um jornalista do Charlie Hebdo com a frase “O amor é mais forte que o ódio”

Em outra caricatura, um muçulmano segura um Corão enquanto balas atravessam o livro e o seu corpo. A legenda diz “O Corão é uma merda”. Isso não levanta debate nenhum, apenas diz “sua religião é uma merda”, o que implica dizer, no caso, “sua sociedade muçulmana, sua história muçulmana, seus parentes e crenças muçulmanas, são uma merda”.

o corão é uma merda
As caricaturas da Charlie Hebdo retratam muçulmanos como sendo terroristas, estúpidos e perigosos. As pessoas se acostumam a pensar nessas imagens quando pensam em muçulmanos, e isso gera medo, ódio, deboche e xenofobia. Eu, enquanto estudante de língua árabe, perdi a conta de quantas vezes ouvi tanto piadas imbecis quanto preocupações sérias de meus amigos que pensavam que eu vivia uma terra de selvagens e fundamentalistas perigosos.

Esse tipo de humor raso e infantil não é razão para que se assassinem seus perpretadores. Eu não defenderia que militantes feministas armadas invadissem o Comedians e assassinassem Rafinha Bastos. Ainda assim, elas tem todo o direito de se sentir ultrajadas, agredidas e ofendidas quando ele usa seu poder de discurso para convencer sua platéia de que mulheres feias devem ser estupradas e ficar agradecidas pela “caridade”. Mais importante, é preciso ter em mente que, sendo elas o grupo diretamente atingido pelas piadas infelizes dele, é a elas que a sociedade deve ouvir. Não me cabe o direito de julgar se uma mulher pode ou não se sentir ofendida com uma piada machista, e não me cabe dizer se um muçulmano deve se sentir ultrajado por uma piada islamofóbica, porque existe todo um contexto social por trás dessas piadas que eu não compreendo e do qual eu não sou a vítima.

Acreditar que as reações de muçulmanos às caricaturas é simples extremismo é dizer que “é só uma piada”. Não é. A reação tem a ver com todo o contexto de discriminação social e econômica, ás humilhações diárias que essa população sofre nos países europeus, à invisibilidade de sua identidade, ao histórico colonial e também com as atuais politicas intervencionistas dos países ocidentais no Oriente Médio e África, que se negam a ouvir as vozes árabes e africanas enquanto financiam grupos extremistas e assassinam populações civis com drones e “democracias”.

Um relatório do Observatório Europeu do racismo e Xenofobia aponta que, na França, a chance de alguém de origem árabe/muçulmana conseguir um emprego é cinco vezes menos do que um caucasiano com as mesmas qualificações, possuem menos acesso á educação formal, vivem nas áreas mais sucateadas das cidades e estão sujeitos à todo tipo de descriminação e violência física. O relatório aponta o sentimento de desespero e exclusão social do jovem muçulmano que vê sua possibilidade de progressão social dificultada por racismo e xenofobia.

O massacre que ocorreu ontem foi um crime horrível de terror e silenciamento, cometido por alguém que não sabemos ainda quem é (e nada impede que seja uma operação de false flag) nem com qual intenção. Um crime horrível e abominável, como foram horríveis e abomináveis os crimes de terror e silenciamento promovidos pela Mossad quando assassinou o cartunista Naji Al-Ali, ou quando Bashar Al-Assad mandou quebrar as mãos do cartunista Ali Ferzat, ou todos os dias quando a polícia militar de Geraldo Alckmin aterroriza e assassina os jovens que imprimem sua critica e revolta com latas de spray nas paredes da minha cidade. Todos são crimes horríveis de silenciamento, e todos devem ser condenados, mas cada um tem suas particularidades, razões e contextos próprios e únicos, e não podemos cair no erro de diluir nossa crítica no simplismo maniqueísta, ou corremos o risco de que a voz que queremos dar à democracia seja um megafone para os absurdos da teoria de “choque de civilizações” de Huntington.

Por tudo isso, eu Não sou Charlie .