FRANCIA. ¿Choque de civilizaciones o crisis europea?

La masacre en la redacción de Charlie Hebdo es presentada como un capítulo más de una guerra mundial entre el bien y el mal, la democracia y la brabarie. Sin embargo, el atentado deja expuesta la crisis de identidad al interior de la sociedad francesa, así como el efecto boomerang de la política exterior de Europa contra los países del Medio Oriente.

diplomas do bem e do mal

 

por Federico Vazquez

 
Casi sin excepción los medios de todo el mundo esparcen la misma interpretación: el asesinato de doce personas en la redacción del semanario parisino Charlie Hebdo es un nuevo capítulo del choque civilizatorio entre Occidente y el Islam, entre la Democracia y la Barbarie.

Esta interpretación, aunque esquemática, permite que cada uno se acomode según su gusto ideológico: los hay quienes piden una devolución guerrera en términos de ojo por ojo, como quienes explican magnánimos que los grupos extremistas apenas representan una ínfima porción de la comunidad musulmana.

Ambas opiniones, sin embargo, comparten la misma matriz: se trataría de un conflicto donde la sociedad francesa, y por extensión la europea, fue víctima de un ataque externo, de un “otro” barbárico, incomprensible, ajeno.

¿Es correcto este enfoque? Volvamos sobre la escena del crimen. Según la información que brinda la misma policía francesa, quien comandó el ataque fue Chérif Kouachi, un joven de 32 años, nacido y criado en París. Un ciudadano francés matando a otros ciudadanos franceses. Este dato, más allá de cualquier otra interpretación, obliga a pensar a la matanza como parte de un problema al interior de la sociedad francesa. Por la sencilla razón de que quien perpetró la matanza nació, fue educado y se socializó al interior de esa sociedad.

Sigamos un poco más con la biografía del supuesto autor de la matanza: un video que circula por estas horas en la web, producido por el canal France 3 en el 2005, muestra a Chérif, que en ese entonces tenía 22 años, como un joven rapero de la periferia parisina. El contexto social de la época no es para nada aleatorio: ese mismo 2005 quedó surcado como el año de las grandes revueltas de jóvenes desclasados (ya sea por su origen social, étnico o religioso) quienes mostraban su inconformidad con el lugar que Francia reservaba para ellos. En el día más álgido de los disturbios 1.295 automóviles ardieron en el cinturón citadino de París. Probablemente, Chérif, que por entonces no tenía el extremismo islámico como brújula sino la música ni siquiera haya participado de esas protestas, aunque probablemente su entorno familiar y de amistades no estuvo ajeno a ellas. Como sea, la respuesta del Estado no fue tolerante ni democrática: en medio de la convulsión callejera el por entonces ministro de Interior, Nicolás Sarkozy, los catalogó públicamente “escoria”.

Según consignan los propios medios franceses, tres años después, en el 2008, Chérif inició sus contactos con células terroristas activas en Irak y Siria, que buscaban reclutar jóvenes del Primer Mundo para combatir en Medio Oriente.

Como reconoció el sociólogo francés Alain Tourine en una entrevista en radio Nacional Rock este jueves, más de mil jóvenes franceses pasaron a enrolar las filas yihadistas en los últimos tiempos. Una cifra de esta envergadura elimina cualquier argumento de “locos sueltos”, o casos de patología individual asesina: algo anda mal en la sociedad francesa, por la cual cientos y cientos de jóvenes nacidos y criados allí abandonan la tierra de la “libertad” y la “democracia” para adentrarse en las entrañas del monstruo pre moderno coránico. ¿Será que no todos pueden disfrutar de la misma libertad? ¿Será que no todos son iguales en la Francia actual de la austeridad económica y la xenofobia racial y religiosa?

Para mirarlo de la manera más microsociológica posible: algo no está bien entre los vecinos de París que resuelven sus diferencias religiosas y culturales mediante el uso de Kalishnikov. Porque, aunque parezca extraño, el exquisito caricaturista Stephane Charbonnier y el ex rapero convertido al fanatismo islámico Chérif Kouachi, vivían en la misma ciudad.

Claro, resulta más tranquilizador responder que se trata de una “contaminación” externa. Sin embargo, todo apunta al corazón de las sociedades europeas, por más que en estas horas sus líderes políticos insistan en arrojar el problema fuera de su cancha.

Las agencias internacionales de noticias consignan a los hermanos que comandaron el ataque a Charlie Hebdo como de nacionalidad “franco-argelino” aunque, como marcamos antes, se trata de dos ciudadanos francés, a secas, nacidos y criados en el país galo. Podría pensarse como una discriminación particular, entendible ante la conmoción de la matanza, pero no. En Francia, como en otros países europeos, tener la ciudadanía legal no implica tener la ciudadanía cultural, identitaria. En general, este último título es reservado para los franceses “puros”, aquellos que pueden ostentar largas genealogías en la tierra del vino y los quesos, excluyendo quirúrgicamente a quienes llegaron en las oleadas migratorias del siglo XX que, dicho sea de paso, están directamente vinculadas con el pasado colonialista de Francia

Que se trata de un conflicto nacional -aunque con obvias y notorias conexiones con dinámicas internacionales, entre ellas el llamado “terrorismo internacional”- lo demuestra la reacción de la propia clase política, inmediatamente después del crimen.
Marine Le Pen, líder del ultraderechista Frente Nacional, el mismo día del atentado, salió a pedir un referéndum para establecer la pena de muerte. En su país. Se podría decirse lo mismo que se dice de los fanáticos religiosos respecto del Islam: es una pequeña minoría que no representa el sentir del conjunto de los franceses. Ya no. Marine Le Pen ganó las elecciones europeas de mayo pasado, y hoy, según todas las encuestas, ganaría las elecciones generales para elegir gobierno.

El brutal asesinato a los periodistas de la revista satírica debería invitar a una sociedad democrática y con diversidad de opiniones a preguntarse cómo llegó hasta este punto. En vez de acentuar la “otredad” simplona descargando las culpas sobre una vaporosa “barbarie”, ensayar un curso acelerado de introspección sobre la propia “civilización”. Claro, no es sencillo: Francia tiene una larga tradición en realizar una operación político ideológica por la cual convierte en un conflicto “externo”, lo que en verdad está ardiendo sin solución dentro suyo. Cuidado: no se trata de decir que los franceses son igual de bárbaros que los musulmanes. Se trata de entender que existe un problema social, político, económico y, en último término, religioso al interior de las sociedades europeas, y no fuera de ellas, en algún “oscuro rincón del mundo”. El problema está en Europa.

Ese problema puede resumirse en el histórico problema “nacional”, por el cual sociedades como la francesa construyen una identidad excluyente, refractaria a incorporar de manera plena a nuevos contingentes poblacionales, manteniendo así una separación y segregación cultural y social impropia de un país que se ve a sí mismo como plural y democrático. La existencia de esa deriva nacional excluyente puede fácilmente corroborarse en el comportamiento electoral reciente de franceses, ingleses o alemanes, que en un contexto de crisis económica como el actual terminan volcándose por opción de extrema derecha, como el caso del Frente Nacional, o el UKIP en el caso de Gran Bretaña. E

Finalmente, también hay una “conexión” externa, si se comprueban los lazos con grupos terroristas de Medio Oriente de los jóvenes franceses que realizaron la masacre. Pero esa conexión con el terrorismo internacional no queda tampoco ajena a decisiones políticas tomadas por los gobiernos del Primer Mundo. Desde la primavera árabe de 2011, hubo una destrucción sistemática de los estados en el norte de África y la península arábiga. Libia, Irak y Siria son territorios caotizados, donde ISIS siembra el terror y realiza propaganda viral en Internet para que nuevos contingentes de jóvenes europeos se sumen a sus filas. En el caso de Libia, la participación francesa en el derrocamiento de Kadafi fue directa e inocultable. El gobierno de Kadafi no fue remplazado por una democracia ejemplar, sino por la destrucción del país, a partir del cual creció la influencia del islamismo extremista que, de modos brutales, impone un orden donde los europeos dejaron caos.

Lo que pasó en las oficinas de Charlie Hebdo no fue un ataque “externo”, sino un hecho brutal, asesino y extremista que, lamentablemente, también refleja a parte de la sociedad europea. Una sociedad donde, desde ya, también existen valores y fuerzas democráticas y libertarias. Ojalá, por el bien de Europa y del mundo, ganen los segundos.

 

VENCEU O DIREITO DA FORÇA

por Gilberto Prado

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Prefiro seguir quem sabe. Quem tem algo a me ensinar. Por isso, acompanho Abraão Lincoln estimulando-me a “(…) lutar contra todos, se achar que tenho razão”. Obedeço minha consciência e faço o que ela manda.
Com certeza ela me absolverá.
Daí insistir na tragédia envolvendo a publicação francesa “Charlie Hebdo” e religiosos em geral, com destaque para os muçulmanos, moralmente as maiores vítimas do triste episódio.
Enquanto tratarmos a execução de doze integrantes da revista julgados condenados à morte pela “lei do talião” como simples caso de terrorismo e atentado à liberdade de expressão, não chegaremos a lugar nenhum.
Principalmente quando o acontecido está carregado de exemplos a ser observados ou mesmo seguidos.
Apesar de milenar, fundada Antes de Cristo, a “lei do talião” sequer ganhou o direito de ser grafada com letras maiúsculas. Jamais chegou a ter o direito de ser promovida a nome próprio.
Porém seu poder ameaçador supostamente irracional, ditado no foco do fanatismo religioso, está além de tudo quanto for “Vade Mecum”.
É “olho por olho, dente por dente”.
E foi justamente esse tipo de fórum cujas leis são abstratas e, conforme seus mentores, “ditadas por Alá” que a revista “Charlie Hebdo” resolveu desafiar. E de forma indigna utilizando um jornalismo indecente encontrou um espaço nojento para alcançar a popularidade.
Para isso juntou a torpeza à solércia.
Muitos desconhecem a existência de “duas Franças”. Uma delas atraente, carregada de culturas históricas, alegre, ideal para o turismo, até mesmo o sexual, principalmente em Paris, com bairros especializados, como Pigalle.
Também a França hilária, onde visitantes – alguns “novos ricos” ou “metidos a ricos” – chegam com um único objetivo de tirar três fotografias.
Uma na Tour Eiffel, mesmo sem saber pra que fizeram aquele “troço tão alto”. Outra no Arco do Triunfo, acreditando tratar-de “de um enfeite” e, finalmente no Museu do Louvre, ao lado do quadro de “uma mulher um tanto sem graça” chamada “Gionunseiquê”.
A outra França, por sua vez, fora do cartão-postal e maioria absoluta, é preconceituosa, carregada de ódio. Sempre pronta a descarregar esse sentimento não para os lucrativos visitantes, mas aos estrangeiros que procuram espaço de sobrevivência no país. Entre os quais “incômodos” latinos do outro lado do Atlântico (brasileiros inclusos) e muçulmanos.
Esses últimos, assim denominados por serem seguidores do Islamismo, são os mais perseguidos, a partir dos nascidos – ou descentes – na Argélia, pais da África do Norte pertencente à França até 1962. Seus habitantes, vindos ao mundo antes da independência, são oficialmente franceses.
O “francês real”, termo preconceituoso oriundo do “galicismo” – também “idiotismo” – para separar o patriota cujas “raízes genealógicas” são francesas, não admite essa realidade. Abomina essa minoria “invasora”.
Uma minoria, é verdade, mas juntando-se aos muçulmanos vindos de outros países, formam uma “grande minoria” de seis milhões de almas.
São perseguidos, vítimas da “islamisfobia”. Seus rituais religiosos incomodam. Pesquisas, inclusive da conceituada Universidade de Stanford, indicam a dificuldade de empregos. Sobrevivem quase sempre da solidariedade.
Mas são temidos.
Os franceses “puro sangue” não os enfrentam de forma direta. Deliciam-se como lenitivo em vê-los ridicularizados principalmente pela forma exótica de encarar o mundo.
E é aí que entra a revista “Charlie Hebdo”. Aproveita-se de um “mercado espúrio” para ganhar popularidade. Em expediente canalha fez dos preconceitos social, étnico e religioso uma forma arrivista de sucesso. De alcançar a notoriedade. Cometeu, no entanto, um erro gravíssimo.
Mexeu com tudo quanto é sagrado. Com a crença alheia, ignorando as consequências.
Divertiu franceses intolerantes com ignóbeis charges. Não pouparam sequer os cristãos.
Ridicularizaram a imagem de Deus, colocando de forma grotesca a dúvida sobre a criação do homem; desenharam uma mulher, supostamente a virgem Maria, parindo o “menino Jesus”; um coito anal entre as três pessoas da Santíssima Trindade, “Pai, Filho e Espírito Santo”.

Charlie Hebdo Jesus Natal terrorismo imprensa
Com relação aos islâmicos, desenharam a figura de Maomé dando um beijo homossexual; a caricatura de um Maomé ameaçador, prometendo “12 chibatadas em quem não “morresse de rir”; publicaram o profeta em situação embaraçosa; nu.
Essa última publicação gerou sérios problemas diplomáticos, principalmente porque o Islã considera blasfêmia qualquer insulto ao seu idealizador. Daí, a resposta insolente do “finado” Stéphanne Charbonnie, executado na redação por ele transformada em “quartel general”:
“Maomé não é sagrado para mim. Eu vivo pela lei francesa e não sob a lei do Corão”.
Em seguida publicou uma charge de um judeu ortodoxo sendo fuzilado, com as balas perfurando o livro do Corão, com a seguinte legenda: “O Corão é uma merda”!
Queria o quê?
Mentem os desvairados comunicadores brasileiros quando associam a ação justiceira diferente à decantada Liberdade de Expressão. Essa liberdade não foi ferida. Mas é bom lembrar que ela tem limites. Encerra-se diante de outras “liberdades”. Entre elas a de opção religiosa.
Quem duvidar que enfrente as conseqüências, como foi o caso da “Charlie Hebdo” que a trocou pela licenciosidade. O jargão centenário dizendo que “quando se encerra a força do direito entra o direito da força”, prevaleceu.
A “lei do talião” mandou para o “outro mundo” quem não se comportou com a necessária dignidade quando entre nós.
Venceu o direito da força.

O TERROR, O “OCIDENTE”, E A SEMEADURA DO CAOS

por Mauro Santayana
Há alguns dias, terroristas franceses, ligados, aparentemente, à Al Qaeda, atacaram a redação do jornal satírico parisiense Charlie Hebdo, em represália pela publicação de caricaturas sobre o profeta Maomé.

Doze pessoas foram assassinadas, entre elas alguns dos mais famosos cartunistas e intelectuais do país, e dois cidadãos de origem árabe, um deles, estrangeiro, que trabalhava há pouco tempo na publicação, e um membro das forças de segurança que estava nas imediações.

Logo em seguida, houve, também, outro ataque, a um supermercado kosher na periferia de Paris, em que 4 judeus franceses e estrangeiros morreram.

Dias depois, milhões de pessoas, e personalidades de vários países do mundo, se reuniram nas ruas da capital francesa, para protestar contra o atentado, e se manifestar contra o terrorismo e pela liberdade de expressão.

Na mesma primeira quinzena de janeiro, explodiram carros-bomba, e homens-bomba, também ligados a grupos radicais islâmicos, no Líbano (Beirute), na Síria (Aleppo), na Líbia (Benghazi), e no Iraque (Al-Anbar), com dezenas de mortos, em sua maioria civis.

Mas, como sempre, não seria normal esperar que algum destes fatos tivesse a mesma repercussão do atentado em Paris, capital de um país europeu, ou que a alguém ocorresse produzir cartazes e neles escrever Je suis Ahmed, ou Je suis Ali, ou Je suis Malak, Malak Zahwe, a garota brasileira, paranaense, de 17 anos, que morreu na explosão de um carro-bomba, junto com mais 4 pessoas (20 ficaram feridas), no dia 2 de janeiro, em Beirute.

No entanto, os homens, mulheres e crianças, mortos, todos os dias, no Oriente Médio e no Norte da África, são tão frágeis e preciosos, em sua fugaz condição humana, quanto os que morreram na França, e vítimas dos mesmos criminosos, criados pela onda de radicalização e rápida expansão do fundamentalismo islâmico, nos últimos anos.

Raivosas, autoritárias, intempestivas, numerosas vozes se alçaram, em vários países, incluído o Brasil, para gritar – em raciocínio tão ignorante quanto irascível – que o terrorismo não tem que ser “compreendido” e, sim, “combatido”.

Os filósofos e estrategistas chineses ensinam, há séculos, que sem conhecê-los, não é possível vencer os eventuais adversários, nem mudar o mundo.

Além disso, não podemos, por aqui, por mais que muitos queiram emular os países “ocidentais”, em seu ardoroso “norte-americanismo” e “eurocentrismo”, esquecer que existem diferenças históricas, e de política externa, entre o Brasil, os EUA, e países da OTAN como a França.

Podemos dizer que Somos Charlie, porque defendemos a liberdade e a democracia, e não aceitamos que alguém morra por fazer uma caricatura, do mesmo jeito que não podemos aceitar que uma criança pereça bombardeada pela OTAN no Afeganistão ou na Líbia, ou porque estava de passagem, no momento em que explodiu um carro-bomba, por um posto de controle em Aleppo, na Síria.

Mas é preciso lembrar que, ao contrário da França, nunca colonizamos países árabes e africanos, não temos o costume de fazer charges sobre deuses alheios em nossos jornais, não jogamos bombas sobre países como a Líbia, não temos bases militares fora do nosso território, não colaboramos com os EUA em sua política de expansão e manutenção de uma certa “ordem” ocidental e imperial, e, talvez, por isso mesmo – graças a sábia e responsável política de Estado, que inclui o princípio constitucional de não intervenção em assuntos de outros países – não sejamos atacados por terroristas em nosso território.

As raízes dos atentados de Paris, e do mergulho do Oriente Médio na maior, e, com certeza, mais profunda tragédia de sua história, não está no Al Corão ou nas charges contra o Profeta Maomé, embora estas últimas possam ter servido de pretexto para ataques como o que ocorreu em Paris.

Elas começaram a se tornar mais fortes, nos últimos anos, quando o “ocidente”, mais especificamente alguns países da Europa e os EUA, tomaram a iniciativa de apoiar e insuflar, usando também as redes sociais, o “conto do vigário” da Primavera Árabe em diversos países, com a intenção de derrubar regimes nacionalistas que, com todos os seus defeitos, tinham conquistado certo grau de paz, desenvolvimento e estabilidade para seus países nas últimas décadas.

Inicialmente promovida, em 2011, como “libertária”, “revolucionária”, a Primavera Árabe iria, no curto espaço de três anos, desestabilizar totalmente a região, provocar massacres, guerras civis, golpes de Estado, e alcançar, por meio da intervenção militar direta e indireta da OTAN e dos EUA em vários países, a meta de tirar do poder, a qualquer custo, regimes que lutavam para manter um mínimo de independência e soberania em suas relações com os países mais ricos.

Quando os EUA, com suas “primaveras” – que não dão flores, mas são fecundas em crimes e cadáveres – não conseguem colocar no poder um governo alinhado com seus interesses, como na Ucrânia e no Egito, jogam irmão contra irmão e equipam com armas, explosivos, munições, terroristas, bandidos e assassinos para derrubar quem estiver no comando do país.

O objetivo é destruir a unidade nacional, a identidade local, o Estado e as instituições, para que essas nações não possam, pelo menos durante longo período, voltar a organizar-se, a ponto de tentar desafiar, mesmo que em pequena escala, os interesses norte-americanos.

Foi assim que ocorreu com a intervenção dos EUA e de aliados europeus como a Itália e a França – contra a recomendação de Brasil, Rússia, Índia e China, no Conselho de Segurança da ONU – no Iraque, na Líbia e na Síria.

Durante décadas, esses países – com quem o Brasil tinha, desde os anos 1970, boas relações – viveram sob relativa estabilidade, com a economia funcionando, crianças indo para a escola, e diferentes etnias, religiões e culturas, dividindo, com eventuais disputas, o mesmo território.

Estradas, rodovias, sistemas de irrigação, foram construídos – também com a ajuda de técnicos, operários e engenheiros brasileiros – com os recursos do petróleo, e países como o Iraque chegavam a importar automóveis, como no caso de milhares de Volkswagens Passat fabricados no Brasil, para vender aos seus cidadãos de forma subsidiada.

Na Líbia de Muammar Kadafi, segundo o próprio World Factbook da CIA, 95% da população era alfabetizada, a expectativa de vida chegava, para os homens, segundo dados da ONU, a 73 anos, e a renda per capita e o IDH estavam entre os maiores do Terceiro Mundo, mas esses dados nunca foram divulgados normalmente pela imprensa “ocidental”.

Pode-se perguntar a milhares de brasileiros que estiveram no Iraque, que hoje têm entre 50 e 70 anos de idade, se, naquela época, sunitas e xiitas se matavam aos tiros pelas ruas, bombas explodiam em Basra e Bagdá todos os dias, como explodem hoje, a qualquer momento, também em Trípoli ou Damasco, ou milhares de órfãos tentavam atravessar montanhas e rios sozinhos, pisando nos restos de outras crianças, mortas em conflitos incentivados por “potências” estrangeiras, ou tentavam sobreviver caçando, a pedradas, ratos por entre escombros das casas e hospitais em que nasceram.

São, curdos, xiitas, sunitas, drusos, armênios, cristãos maronitas, inimigos?

Antes, trabalhavam nos mesmos escritórios, viviam nas mesmas ruas, seus filhos frequentavam as mesmas salas de aula, mesmo que eles não tivessem escolhido, no início, viver como vizinhos.

Assim como no caso de hutus e tutsis em Ruanda, e em inúmeras ex-colônias asiáticas e africanas, as fronteiras dos países do Oriente Médio foram desenhadas, na ponta do lápis, ao sabor da vontade do Ocidente, quando da partilha do continente africano por europeus, obedecendo não apenas ao resultado de Conferências como a de Berlim, em 1884, mas também à máxima de que sempre se deve “dividir para comandar”, mantendo, de preferência, etnias de religiões e idiomas diferentes dentro de um mesmo território ocupado pelo colonizador.

Eram Saddam Hussein e Muammar Kadafi, ditadores? É Bashar Al Assad, um déspota sanguinário?

Quando eles estavam no poder, não havia atentados terroristas em seus países.

E qual é a diferença deles e de seus regimes, para os líderes e regimes fundamentalistas islâmicos comandados por xeques e emires, na mesma região, em que as mulheres – ao contrário dos governos seculares de Saddam, Kadafi e Assad – são obrigadas a usar a burka, não podem sair de casa sem a companhia do irmão ou do marido, se arriscam a ser apedrejadas até a morte ou chicoteadas em caso de adultério, e não há eleições, a não ser o fato de que esses regimes são dóceis aliados do “ocidente” e dos EUA?

Se os líderes ocidentais viam Kadafi como inimigo, bandido, estuprador e assassino, por que ele recebeu a visita do primeiro-ministro britânico Tony Blair, em 2004; do Presidente francês Nicolas Sarkozy – a quem, ao que tudo indica, emprestou 50 milhões de euros para sua campanha de reeleição – em 2007; da Secretária de Estado dos EUA, Condoleeza Rice, em 2008; e do primeiro-ministro italiano Silvio Berlusconi em 2009?

Por que, apenas dois anos depois, em março de 2011 – depois de Kadafi anunciar sua intenção de nacionalizar as companhias estrangeiras de petróleo que operavam, ou estavam se preparando para entrar na Líbia (Shell, ConocoPhillips, ExxonMobil, Marathon Oil Corporation, Hess Company) esses mesmos países e os EUA, atacaram, com a desculpa de criar uma Zona de Exclusão Aérea sobre o país, com 110 mísseis de cruzeiro, apenas nas primeiras horas, Trípoli, a capital líbia, e instalações do governo, e armaram milhares de bandidos – praticamente qualquer um que declarasse ser adversário de Kadafi – para que o derrubassem, o capturassem e finalmente o espancassem, a murros e pontapés, até a morte?

Ora, são esses mesmos bandidos, que, depois de transformar, com armas e veículos fornecidos por estrangeiros, a Líbia em terra de ninguém, invadiram o Iraque e, agora, a Síria, e se uniram para formar o Estado Islâmico, que pretende erigir uma grande nação terrorista juntando o território desses três países, não por acaso os que foram mais devastados e destruídos pela política de intervenção do “ocidente” na região, nos últimos anos.

11-de-setembro-todo-dia

Foram os EUA e a Europa que geraram e engordaram a cobra que ameaça agora devorar a metade do Oriente Médio, e seus filhotes, que também armam rápidos botes no velho continente. Serpentes que, por incompetência e imprevisibilidade, depois da intervenção na Líbia, a OTAN e os EUA não conseguiram manter sob controle.

Os Estados Unidos podem, pelo arbítrio da força a eles concedida por suas armas e as de aliados – quando não são impedidos pelos BRICS ou pela comunidade internacional – se empenhar em destruir e inviabilizar pequenas nações – que ainda há menos de cem anos lutavam desesperadamente por sua independência – para tentar estabelecer seu controle sobre elas, seu povo e seus recursos, objetivo que, mesmo assim, nunca conseguiram alcançar militarmente.

Mas não podem cometer esses crimes e esses equívocos, diplomáticos e de inteligência, e dizer, cinicamente, que o fizeram em nome da defesa da Liberdade e da Democracia.

Assim como não deveriam armar bandidos sanguinários e assassinos para combater governos que querem derrubar, e depois dizer que são contra o terrorismo que eles mesmos ajudaram a fomentar, quando esses mesmos terroristas, além de explodir bombas e matar pessoas em Bagdá, Damasco ou Trípoli, todos os dias, passam a fazer o mesmo nas ruas das cidades da Europa ou dos próprios Estados Unidos.

O “terrorismo” islâmico não nasceu agora.

Mas antes da balela mortífera da Primavera Árabe, e da Guerra do Iraque, que levou à destruição do país, com a mentirosa desculpa da posse, por Saddam Hussein, de armas de destruição em massa que nunca foram encontradas – tão falsa quanto o pretexto do envolvimento de Bagdá no ataque às Torres Gêmeas, executado por cidadãos sauditas, e não líbios, sírios ou iraquianos – não havia bandos armados à solta, sequestrando, matando e explodindo bombas nesses 3 países.

Hoje, como resultado da desastrada e criminosa intervenção ocidental, o terror do Estado Islâmico, o ISIS, controla boa parte dos territórios e da sofrida população síria, iraquiana e líbia, e, a partir deles, está unindo suas conquistas em torno da construção de uma nação maior, mais poderosa, e extremamente mais radical do ponto de vista da violência e do fundamentalismo, do que qualquer um desses países jamais o foi no passado.

O ataque terrorista à redação e instalações do semanário francês Charlie Hebdo, e do Mercado Kosher, em Vincennes, Paris, foram crimes brutais e estúpidos.

Mas não menos brutais, e estúpidos, do que os atentados cometidos, todos os dias, contra civis inocentes, entre muitos outros lugares, como a Síria, o Iraque, a Líbia, o Afeganistão.

Quem quiser encontrar as sementes do caos que também atingiram, em forma de balas, os corpos dos mortos do Charlie Hebdo poderá procurá-las no racismo de um continente que acostumou-se a pensar que é o centro do mundo, e que discrimina, persegue e despreza, historicamente, o estrangeiro, seja ele árabe, africano ou latino-americano; e no fundamentalismo branco, cristão e rançoso da direita e da extrema direita norte-americanas, cujos membros acreditam piamente que o Deus vingador da Bíblia deu à “América” do Norte o “Destino Manifesto” de dirigir o mundo.

Em nome dessa ilusão, contaminada pela vaidade e a loucura, países que se opuserem a isso, e milhões de seres humanos, devem ser destruídos, mesmo que não haja nada para colocar em seu lugar, a não ser mais caos e mais violência, em uma espiral de destruição e de morte, que ameaça a sobrevivência da própria espécie e explode em ódio, estupidez e sangue, como agora, em Paris, neste começo de ano.

Un fétido viento de racismo ronda por Europa

Je suis Charlie Chaplin

por Shlomo Sand
CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

“La lectura del Corán es repugnante. Desde que nace, el islam se distingue por su voluntad de someter el mundo. Su naturaleza, es someter…” (Michel Houellebecq, citado el 31 de agosto de 2001).

Nada justifica un asesinato, aún menos un asesinato masivo cometido a sangre fría. Lo que ha ocurrido en París, a comienzos de enero, constituye un crimen absolutamente inexcusable.

Decir algo semejante no contiene nada original: millones de personas piensan y sienten de la misma manera. Sin embargo, a la luz de esta horrible tragedia, una de las primeras preguntas que se me ocurren es la siguiente, a pesar del profundo disgusto experimentado por los asesinatos, ¿es obligatorio identificarse con las acciones de las víctimas? ¿Tengo que ser Charlie porque las víctimas eran la encarnación suprema de la ‘libertad de expresión’, como ha declarado el presidente de la República? ¿Soy Charlie no solo porque soy un ateo secular, sino también por mi antipatía fundamental hacia las raíces opresoras de las tres principales religiones monoteístas occidentales?

Ciertas viñetas publicadas en Charlie Hebdo, que he visto hace mucho tiempo, me parecieron de mal gusto. Solo unas pocas me hicieron reír, ¡pero ese no es el problema! En la mayoría de las viñetas sobre el islam publicadas por el semanario durante la última década, he percibido una irritación manipuladora que se proponía seducir aún más a los lectores, obviamente no musulmanes.

La reproducción por Charlie de las caricaturas publicadas en la revista danesa me pareció espantosa. En 2006, ya había percibido como una provocación pura el dibujo de Mahoma portando un turbante combinado con una bomba. No se trata de una caricatura contra los islamistas, sino de una estúpida amalgama del islam con el terrorismo, ¡es equivalente a identificar el judaísmo con el dinero!

Se ha afirmado que Charlie, arremete imparcialmente contra todas las religiones, pero es mentira. Ciertamente, se burla de los cristianos y, a veces, de los judíos. Sin embargo, ni la revista danesa, ni Charlie se permitirían (afortunadamente) publicar una caricatura presentando al profeta Moisés, portando kipá y flecos ceremoniales, con el aspecto de un astuto prestamista, sobrevolando la esquina de una calle. Es bueno que en la sociedad que en estos días se denomina “judeocristiana” (sic) ya no debería ser posible diseminar públicamente el odio a los judíos como sucedía en un pasado no demasiado lejano. Estoy por la libertad de expresión mientras me opongo al mismo tiempo a la incitación racista.

Admito, gustosamente, que tolero las restricciones generalizadas impuestas a Dieudonné por su “crítica” y sus “chistes” contra los judíos. Por otra parte, me opongo positivamente a los intentos de controlarlo físicamente. Y si, por casualidad, algún idiota lo ataca, no me espantaré demasiado… pero no llegaré a enarbolar una pancarta con la inscripción “yo soy Dieudonné”.

En 1886, se publicó en París La France juive de Edouard Drumont. Y en 2015, el día de los asesinatos cometidos por los tres idiotas criminales, aparece bajo el título de Soumission la France musulmane, el libro de Michel Houellebecq. El panfleto La France juive fue un auténtico éxito de ventas a finales del Siglo XIX. Incluso antes de su aparición en las librerías, ¡Soumission ya es un éxito de ventas!

Estos dos libros, cada uno en su época, han gozado de una considerable y calurosa cobertura en los medios de comunicación. Hay, ciertamente, diferencias entre ellos. Entre otras cosas, Houellebecq sabe que, a principios del Siglo XXI, ya no es aceptable generar temor ante una amenaza judía, pero que sigue siendo fácilmente aceptable vender libros implicando una amenaza musulmana. Alain Soral, menos hábil, no ha comprendido las “reglas”, y por este hecho se le margina en los medios. ¡Tanto mejor! Houellebecq, por otra parte, ha sido invitado, con mucha fanfarria, a aparecer en el codiciado programa de las 8 de la noche (journal de 20 heures) de la televisión pública francesa, mientras su libro es simultáneamente responsable de diseminación del temor al islam.

Un mal viento, un fétido viento de peligroso racismo, ronda por Europa: existe una diferencia fundamental entre el cuestionamiento de una religión o de una creencia dominante en una sociedad y el ataque o a la incitación contra la religión de una minoría dominada. Si desde el seno de una sociedad “judeomusulmana” [no menos ridícula que la etiqueta judeocristiana] en Arabia Saudí, en los Emiratos del Golfo, hay un mar de fondo de protestas y advertencias contra la religión dominante que oprime a miles de trabajadores, y millones de mujeres, tenemos la responsabilidad de apoyar a los manifestantes perseguidos. Ahora, como sabemos perfectamente, los dirigentes occidentales, lejos de alentar a los e sabe perfectamente, dirigentes occidentales, lejos de alentar a los “voltairenses y russonianos” en Medio Oriente, mantienen su total apoyo a los regímenes religiosos más represivos.

Por otra parte, en Francia o en Dinamarca, en Alemania o en España, pobladas por millones de trabajadores musulmanes, frecuentemente obligados a realizar los peores trabajos, en la parte baja de la escala social, es necesario mostrar la máxima prudencia antes de criticar al islam, y sobre todo no ridiculizarlo de modo grosero.

Actualmente, y sobre todo después de esta terrible masacre, mi simpatía va hacia los musulmanes que residen en guetos adyacentes a las metrópolis, quienes corren considerable riesgo de convertirse en las segundas víctimas de los asesinatos perpetrados en Charlie Hebdo y en el supermercado Hyper Cacher. Sigo tomando como referencia el ‘Charlie original’: el gran Charlie Chaplin, quien nunca se burló de los pobres y de las personas con menos formación.

Además, y sabiendo que lo que uno escribe siempre ocurre en un contexto, ¿cómo no presentar el hecho de que, durante más de un año, hay tantos soldados franceses presentes en África para “combatir a los yihadistas”, cuando no se ha realizado ningún debate serio en Francia sobre la utilidad o el daño de esas intervenciones militares? Al gendarme colonial de ayer, que tiene una responsabilidad indiscutible en el patrimonio caótico de fronteras y regímenes [arbitrarios], se le “hace volver” hoy para reinstalar “la ley y el orden” mediante su gendarmería neocolonial contemporánea.

Francia se unió a la coalición militar en Irak, junto al gendarme estadounidense responsable de la enorme destrucción del país sin haber expresado jamás el más mínimo pesar y participa en los bombardeos de las bases del Estado Islámico. Aliada con la “ilustrada” dirigencia saudí y otros ardientes partidarios de la “Libertad de expresión” en Medio Oriente, [Francia] preserva las fronteras de la partición ilógica que ha impuso hace un siglo según sus intereses imperialistas. La llaman para bombardear a los que amenazan las preciosas reservas de petróleo cuyo producto consume, sin comprender que al hacerlo invita al riesgo de ataques terroristas en el corazón de la metrópolis.

Pero, en realidad, es posible que ese proceso se comprenda bien. El Occidente ilustrado no puede posiblemente ser una víctima ingenua e inocente, como adora presentarse. Por supuesto, para que un asesino mate a sangre fría a gente inocente y desarmada es necesario ser cruel y perverso. Pero es necesario ser hipócrita o estúpido para cerrar los ojos ante los hechos que han creado los fundamentos de esta tragedia.

También es prueba de una ceguera que más vale que comprendamos: este conflicto aumentará aún más si no trabajamos todos juntos, ateos y creyentes, para abrir caminos verdaderos de vida conjunta sin odiarnos mutuamente.

Shlomo Sand es autor dl libroe How I Stopped Being a Jew [Cómo dejé de ser judío], Verso, 2014. En noviembre de 2014 a le negaron la oportunidad de hablar en una Universidad en Francia (fuente de la libertad de expresión). La UJFP resume el asunto aquí .

Shlomo Sand invention of the jewish people

Una versión anterior de este artículo se publicó en la web de la Union Juive Française pour la Paix y se reprodujo en Mediapart . Traducido del hebreo al francés por Michel Bilis y al inglés por Evan Jones.

Trazo fino

Hace tiempo que el fundamentalismo (sobre todo el islámico) se encuentra en la mira de la izquierda y de la derecha. Todos nos unimos en su contra, con trazo grueso. Pero vale la pregunta: ¿qué individuos, qué particularidades son aplastados bajo ese rótulo? ¿Cuántas reflexiones, mea culpas y aberraciones se simplifican bajo el grito de “¡Soy Charlie!”?

hipocrisia

por Flavio Rapisardi


¿Je suis ou je ne suis pas Charlie? Desde el asesinato de doce personas por presuntas ofensas al Islam en la revista liberal de izquierda Charlie Hebdo, la sensibilidad media argentina —tan rápida al escozor ante el dolor de los demás (Susan Sontag dixit) mientras sean rubios, europeos, es decir, como dicta el imaginario tilingo que cree describirnos— reaccionó casi convocando a una nueva marcha para cantar La Marsellesa en la Recoleta. Facebook y Twitter fueron un campo minado: opiniones, debates y alguna puteada. Dejando de lado las teorías conspirativas, que de tan ficcionales ya no podemos dejar de sospechar sobre lo real que allí adviene (recordemos cómo la serie Rubicon, que relataba la participación de la NSA y agencias tercerizadas en supuestos atentados islámicos no fue soportada por espectador*s yanquis y fue levantada luego de 13 capítulos), repasemos opiniones, recorramos su historia, reubiquemos los sentidos que produce ese humor. Charlie Hebdo tiene una historia de crítica a todos los fundamentalismos religiosos: cristiano (en sus variantes), judío (en sus variantes), islámico (en sus variantes). También una clara posición pro vida, es decir pro aborto, ya que oponerse a la interrupción voluntaria del embarazo es condenar a muerte a millones de mujeres. En sus tapas y en sus páginas nadie duda de que circulaba un río de ironía “crítica” al decir de Richard Rorty bajo la forma del humor, ese ¿género? que cuesta tanto tratar de convertir en objeto de reflexión cuando grupos vulnerados son objeto de sus retóricas narrativas y visuales.

El chiste malo

Cuando googleé los ejemplares de Charlie Hebdo me vinieron a la memoria Satiricón y Humor, dos revistas que supieron colar palazos a la dictadura, pero que también reproducían un machismo y una discriminación hacia el colectivo lgbt que daba para preguntar: che muchach*s, ustedes de tan crític*s, ¿no sabían nada de Stonewall, el FLH, Perlongher, la persecución franquista a las maricas catalanas o las brutales palizas a gays y trans en las comisarías? La excusa del “contexto”, el “momento histórico” y similares ya me hartan: cuando distintos grupos son marcados, discriminados y hasta exterminados (a Daniel Feierstein le debemos estas reflexiones), no usemos a la “Historia” como blanco al que le endilgamos responsabilidad. En nuestras terapias sabemos que eso se llama neurosis y en la cultura, irresponsabilidad, cuando no fascismo.

Mientras mis dedos posteaban o tuiteaban por el tema, me acordé de un libro: La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo, de Victor Klemperer. Lo cito textual, ya que en primera persona cuenta una situación que a él, como intelectual judío en la Alemania nazi, le tocó vivir: “Nos anotamos en una excursión sorpresa. Dos autobuses llenos, unas ochenta personas, el público más pequeño burgués imaginable… En Lübau, parada para tomar un café, con actuaciones cabaretísticas… El presentador empieza con un poema patético al líder y salvador de Alemania… La gente se mantiene en silencio, apática, y el aplauso de una sola persona al final… Luego, el hombre cuenta una historia… Una señora judía pide que le ondulen el pelo. ‘Lo siento, señora, pero no puedo.’ ‘¿Cómo que no puede?’ ‘¡Imposible! El Führer aseguró solemnemente en el boicot a los judíos, y eso sigue siendo válido a pesar de las leyendas negras que circulan por ahí, que en Alemania no se le debe tocar el pelo a ningún judío…’ Risas y aplausos durante minutos. ¿No puedo sacar una conclusión? ¿No son el chiste y su acogida importantes para cualquier análisis sociológico o político?” Fin de la cita.

Izquierda y derecha unidas

En este marco de posts y tuits, los liberalismos de izquierda y el ateísmo militante que festeja solsticios el 24 de diciembre sin saber que está reviviendo un rito mitraico, es decir, la religión de las sanguinarias y machistas legiones romanas, sostienen que está bien la crítica a todas las religiones y todos los fundamentalismos. Separemos, condición inicial de todo análisis. Nadie duda de la crítica a los fundamentalismos, ni que Charlie Hebdo les dio palos al catolicismo y al judaísmo ortodoxo, pero lo hizo en el marco de un país católico y en una geopolítica en la que Israel, ahora “Estado judío”, masacra pueblos sin ningún tipo de respeto a los derechos humanos. ¿Justifico aquí la ablación de clítoris y la burka? Bajo ningún concepto. Sólo me parece que hay que estar atent*s sobre qué se convierte en objeto de humor y qué no. ¿Hacemos humor con la bota o con el/la aplastad*? Las críticas de Charlie Hebdo contra el fundamentalismo islámico son necesarias; la pregunta es: ¿de qué modo esas críticas no refuerzan la conformación del Islam como la nueva barbarie contra la que se mide el Occidente “moderno”? ¿Se pueden leer las tapas de Charlie Hebdo donde critican todos los fundamentalismos en el mismo registro en el contexto (sí, contexto) actual?

Yo estuve en Ginebra con motivo de la revisión de la Conferencia de Durban, donde se revisaba la aplicación de la resolución que varios países, entre ellos el nuestro, habían suscripto en Sudáfrica. Allí, en el paquete edificio de las Naciones Unidas, vi cómo el bloque europeo, que hace rato quiere hacer naufragar esta conferencia (EE.UU. e Israel ya se fueron en su inauguración por no soportar la presencia palestina) porque su profundización implicaría, por ejemplo, avanzar con la reparación a Africa por las secuelas del sistema esclavista, se retiró del recinto cuando el delirante ex presidente iraní Mahmud Ahmadinejad iba a hacer uso de la palabra y Holanda, cabeza de la vanguardia de retiro, decía que no quería convalidar a un presidente “homofóbico”. ¡No en mi nombre, estimado continente! Sólo la presencia del bloque de América latina y el Caribe, Africa y Asia aseguraron que no cayeran las negociaciones de una conferencia enclenque, pero que es algo mejor que nada. Y al negacionista Mahmud le respondió el embajador argentino en su propia cara; no sólo atacó su antisemitismo y negacionismo de la Shoá sino que también nombró todas las formas de discriminación que la conferencia estaba dejando afuera: diversidad sexo-genérica, personas privadas de libertad, entre otras. ¡Eso es democracia, Europa!

La población lgbt y las mujeres no la pasan nada bien en algunos países islámicos. Tampoco en otras naciones de diversas religiones: el pentecostalismo africano quema putos vivos, y las africanistas que no permiten que mujeres o gays hagan su camino de Ifá, es decir, su consagración religiosa superior, compiten por el siniestro podio.

homofobia

 

Sólo basta recorrer los países donde todavía la pena de muerte pende sobre nosotr*s. Y como el imperialismo es hábil, creó un concepto que much*s suelen confundir con “derechos humanos”: me refiero a “human security”, concepto que abarca la vulneración de derechos de las mujeres, lgbt, “minorías” y otros grupos como pretextos para una invasión. Claro, pretexto: porque las razones son siempre la industria armamentista, el petróleo y otros recursos naturales.

matar fanatismo religião terrorismo

 

Esto es algo que Judith Butler, una intelectual que tuvo el coraje como intelectual judía, lesbiana y neoyorquina de entrar al BDS, es decir, a la iniciativa internacional de boicot a Israel, la que con su pluma implacable nos alerta que “los debates sobre la política sexual se asocian invariablemente a la política de las nuevas comunidades migrantes, puesto que se basan en las ideas fundacionales de cultura que precondicionan la asignación de derechos básicos”. Por esto no fue casual que en el año 2006 la candidata “socialista” Ségolène Royal y el derechista Nicolas Sarkozy cerraran filas políticas y dijeran que los disturbios de 2005, donde se quemaron coches por parte de jóvenes desempleados, fueran producto de un deterioro en la relaciones familiares entre los migrantes: todo un canto al más conservador de los familiarismos que Benedicto XVI consagró en sus exhortaciones apostólicas.

Butler no defiende el Islam así como critica al Estado judío. Pero muy inteligentemente nos advierte sobre los posibles usos de nuestros reclamos en una narrativa de una pretendida guerra de “civilizaciones”: ahora resulta que una institución misógina y machista como las fuerzas de seguridad tercerizadas de Guantánamo “resocializan” musulmanes varones, obligándolos a toqueteos mutuos y fellatios. O arrancan el velo a mujeres musulmanas en Abu Ghraib para hacer circular instantáneas que pretenden “comunicar” liberación. Los musulmanes están siendo configurados como el abyecto externo contra el cual el “moderno” Occidente justifica su superioridad mientras invade por recursos y reactiva su industria armamentista y de la construcción, y paralelamente convierte a las comunidades migrantes islámicas en el blanco del odio, ya que se las pretende mostrar como la “emasculación del Estado”. ¿Por qué ell*s deben gozar de derechos como la salud con nuestros impuestos? No sólo en la Argentina se debaten dos modelos. El capitalismo —que siempre está en crisis, pero nunca terminal como señala cierta izquierda— está en una nueva etapa de “culturización” en la que a mujeres y a l*s lgbti se nos pretende convertir en signos de una nueva evangelización modernizadora. Butler, alertando sobre las conquistas de nuestros colectivos como un paraíso encarnado para siempre, nos alerta a pensar “ahora” para que nuestra libertad no sea parte de una cultura que sancione formas de abyección y de odio de un Occidente tan monstruoso para tant*s. Por eso, ahora, no en mi nombre. Je ne suis pas Charlie.

“Sólo pedimos que se nos considere franceses”

“La discriminación no nos volvió inhumanos”, asegura Mourad, un joven del barrio de Amedy Coulibaly. No fue a la manifestación. Su rechazo a la violencia es proporcional a la ofensa que siente ante las caricaturas del semanario.

Un grupo de musulmanes reza durante Ramadán en la vereda de una calle de París. Imagen: Corbis

Un grupo de musulmanes reza durante Ramadán en la vereda de una calle de París.
Imagen: Corbis

 

Por Eduardo Febbro/ Página 12
Desde París

La frase, ya borrosa, “Yo no soy Charlie”, pintada sobre una pared de Grigny traza el territorio de la fractura social. “Aquí estamos aterrados, llenos de tristeza, solidarios con las víctimas del atentado contra Charlie Hebdo pero en total desacuerdo con las caricaturas y más aún con ciertas falsedades que se escriben en la prensa”, dice Mustafá, un joven habitante de esta zona suburbana de París que se ha convertido en el blanco de retratos abusivos y desacertados publicados en la prensa porque aquí, en el barrio de la Grande Borne, junto a sus padres oriundos de Mali y sus nueve hermanas, creció Amedy Coulibaly, el cómplice de los hermanos Kouachi que asesinó a cuatro personas en un supermercado judío del este de París y a una mujer de la Policía Municipal. Entre ser Charlie y no serlo, dos mundos en cuyos intersticios caben un montón de fantasmas. Hastiados de las mentiras y las aproximaciones, unos 30 jóvenes de estos barrios, donde muchos crecieron en las mismas condiciones que los hermanos Kouachi o Amedy Coulibaly, publicaron un video en YouTube donde se defienden. Agrupados en la asociación Jóvenes Reporteros ciudadanos de Grigny, los jóvenes explican: “Rehusamos la amalgama que dice: ‘jóvenes, negros, árabes, musulmanes igual a terroristas, a antisemitas, a delincuentes incultos, a antirrepublicanos y antifranceses’”. El video abarca todo el abanico con el cual, a menudo, estos jóvenes son vistos por una parte de la sociedad: “Terroristas en potencia”, “franceses de segunda categoría”, “malas hierbas”, “vagos”.

terror terrorismo morte

La Francia multicultural tiene un rostro muy distinto de la imagen escabrosa que los atentados del 7 de enero pudieron insinuar. Es una Francia bella, joven, musical, potente y marginada. En uno de sus editoriales, el matutino Libération escribe: “Si no lo habíamos entendido hasta ahora, está claro que en adelante una buena cantidad de franceses, a menudo en los suburbios, está en disidencia moral y social en su propio país”.

Esa disidencia se siente en la piel, sobre todo ahora que decenas de periodistas venidos del mundo entero aterrizaron aquí y “nos trataron como si fuéramos un zoológico”, asegura, molesto y desconfiado, un maliense de la Grande Borne. Los vecinos están horrorizados, sean o no sean Charlie. “La discriminación no nos volvió inhumanos”, asegura Mourad, un joven del barrio de Amedy Coulibaly. Como muchos otros habitantes de este barrio, Mourad no fue a la gran manifestación del domingo 11 de enero. No es lo que se puede decir un “Yo no soy Charlie”. Su rechazo a la violencia es proporcional a la ofensa que siente ante las caricaturas del semanario. “El profeta es sagrado, ese humor no entra en los valores de los musulmanes. Hubiese ido a manifestar, pero siendo solidario con las víctimas habría sido también, de alguna manera, como una forma de aprobar el sentido de esas caricaturas. No podía.” Las palabras se mueven aquí en un delgado pasadizo de sentidos. Ser francés y no ser tratado como tal. Ser musulmán en una de las grandes culturas de Occidente. Grigny está en el departamento de L’Essone, el número 91. En los departamentos contiguos, 92 –Hauts-de-Seine–, 93 –Seine-Saint-Denis–, o 94 –Val-de Marne– durante los días posteriores a los atentados y al de la manifestación se vivieron escenas similares. La gente se juntaba en los barrios sin sumarse al gran movimiento de unión nacional. La discriminación deja huellas profundas que poco tienen que ver con los principios religiosos. “De nada sirve que Mammadou o Abdallá tengan un bachillerato y cinco años de estudios universitarios si después no pueden encontrar trabajo porque tienen un nombre árabe”, explica Nordine Iznasni, consejero municipal de la localidad de Nanterre (departamento Hauts-de-Seine) y figura histórica de las marchas por la igualdad de los años ’80. Mohamed Mechmach, copresidente de la coordinadora Pas Sans Nous (No sin nosotros) es también un emblema de la lucha por la igualdad en los barrios populares. “Sólo pedimos una cosa: que se nos considere plenamente como franceses, y no como franceses aparte”, exige. Su lectura de los atentados es amplia, dolorosa, entre la lucidez, el temor y la esperanza. “Al matar a Charlie Hebdo también nos mataron a nosotros”, explica. Se trata, ahora, de salir de la trampa que los hermanos Kouachi y Amedy Coulibaly le tendieron a todo el mundo. Como arenas movedizas, como esas miradas esquivas de Grigny y ese temor a hablar sin sentirse desigual. “Uno puede llamarse Pierre, Mohamed o Daniel, los habitantes de los barrios populares son las primeras víctimas de lo que ocurrió. Llamarse Mohamed y vivir en un suburbio era complicado, ahora lo va a ser todavía más. Pero los suburbios no son un depósito de culpables, son lugares de solidaridad con las familias de las víctimas. Los suburbios son una parte de la solución. Nos hace falta un debate de fondo para restaurar la justicia social”, asegura Mohamed Mechmach.

Esa pulsión colectiva, ese deseo de volver a empezar de nuevo, esa sensación de que de este drama que sobrecogió al mundo algo nuevo va a salir, se incrustó en el clima como una canción de cuna. La prensa de este fin de semana testimonia ese clamor, a menudo con títulos que se repiten. “Siete días que cambiaron a Francia”, escribe el diario Le Monde en su primera plana. “Los 5 días que nos cambiaron”, anota Le Parisien mientras que Libération titula: “A los actos ciudadanos”. Bajo este titular, el matutino francés ofrece a sus lectores “5 pistas para una renovación republicana”. El mismo presidente francés, François Hollande, llama al país a “un sobresalto nacional”. Son, por ahora, tiempos de refundación, de solidaridad, de recuperación de ese espacio imaginario y colectivo de identificación. Pero también están los excluidos y las consecuencias sociales, culturales y económicas de la exclusión.

diferente homofobia

 

Hay dos países en uno y la reconexión es un trabajo mutuo. Nordine Iznasni es consciente de que ese clima de desconfianza entre los excluidos no desaparecerá con una gran manifestación: “La tentación del repliegue sobre sí mismo es fuerte, tanto más cuanto que mucha gente se siente rechazada y lleva cierto tiempo escuchando insultos contra los musulmanes. El entorno se vuelve un enemigo y así nace la cultura de encerrarse en sí mismo”. De esa exclusión se nutre la Jihad. En esos barrios desconectados y al desamparo deambulan los promotores de la guerra. Aunque se reivindican de movimientos jihadistas adversos, Al Qaida en la Península Arábiga (AQPA) para los hermanos Kouachi y el Estado Islámico para Amedy Coulibaly, sus trayectorias son idénticas, guiadas por las mismas fracturas sociales que caracterizan lo que la prensa llama “la Jihad francesa”: la pobreza, la dificultosa integración escolar, las trabas para acceder al mercado del trabajo, la pequeña delincuencia, la cárcel, la deriva social y una voz oportunista, la de cierto Islam sunnita, que captó su atención en un punto de ruptura del destino. Una palabra siempre vuelve como una piedra filosofal para explicar el fenómeno: la integración. El sociólogo y politólogo Tarik Yildiz, especialista de la integración social y el Islam, destaca que esos “jóvenes radicalizados son la cima más visible de la crisis de integración”. Frente a ellos, también, otra cima: el repetido espectáculo de las injusticias coloniales modernas: la guerra de Irak, el conflicto israelí-palestino, la guerra en Siria, la cruzada mundial contra el Islam que los neoconservadores norteamericanos incrustaron en la agenda política y que tarda en diluirse. “Somos una identidad castigada por las bombas de Occidente y en perpetua relegación”, dice, de forma provocativa, Ahmed, un joven de 19 años de uno de los suburbios con peor fama de Francia: la Cité des 4000, en la localidad de la Courneuve (Seine-Saint-Denis). Gilles Kepel, el gran especialista francés del Islam, ahonda esa idea según la cual la fractura social es el mejor territorio de los radicales: “Cuando se produce una ruptura con los valores de la República francesa ahí hay un terreno muy fértil para el Islam radical”. La “ruptura” no es solamente con los valores, sino, también, con los medios. “Mire a su alrededor, cruce el boulevard periférico que divide París de las afueras, dé una vuelta por esas grandes ciudades dormitorio construidas en los años ’60, ’70 y todo se explica más rápido”, dicen los Jóvenes Reporteros ciudadanos de Grigny. Se explica en una sucesión de imágenes contrastadas: esta no es la Francia de París, sino una orbe distinta dentro de otra. El Estado ha activado medios para desactivar esa tentación salafista que se difunde en ciertos barrios populares. La Maison de la Prévention et de la Famille tiene una brigada especial compuesta por juristas, psicólogos, educadores, criminólogos y victiminólogos que atiende a los jóvenes seducidos por la Jihad. La tarea es polifónica, de una complejidad social inmensa. Exclusión, redes sociales, cárceles superpobladas, cultura tradicional y modernidad, dos religiones diferentes, guerras y fracturas que se prolongan, que se vuelven zonas de existencia complicada, los atentados perpetrados por los hermanos Kouachi y Amedy Coulibaly desmontaron con el horror un escenario fallido. La sabiduría colectiva y los valores de una República se superpusieron por ahora a los enconos comunitarios. Parieron un eco, un eco que circula en estos suburbios y se mezcla con insistencia a la defensa de la libertad: “¿Cuánto durará esa conciencia de que hay que volver a empezarlo todo de nuevo? ¿Cuánto tiempo más estará presente y adónde nos llevará? Para Moussa Boudour, un educador social de Mantes-la-Jolie que usa el deporte como “objeto de diálogo, inserción y transición”, una vez que pase la gran emoción sólo una deuda quedará pendiente: “En realidad, ser Charlie o no ser Charlie es, a esta altura, anecdótico. Lo único que cuenta es cómo vamos a ser franceses, todos por igual”.

 

charge censura humor

“Charlie Hebdo”, crimen de estado

 

por Leandro Albani

Hace unos pocos días el mundo se enteró de una noticia que volvió a despertar el miedo, ésta vez suscitado por un atentado “terrorista” en Francia.
A esta altura, catalogar la matanza perpetrada contra los 12 periodistas del medio “Charlie Hebdo” de otra cosa que no sea “terrorismo”, implicaría minimizar los hechos.

Sin embargo, que se le adjudique tal significado sin apuntar el dedo a quienes son los más grandes sicarios del mundo, puede derivar en una imagen positiva de los mismos, que aplaque una verdadera reflexión sobre lo que debe ser considerado “terrorismo”.

Hecha la ley hecha la trampa

Según la Real Academia Española, el terrorismo es una “Actuación criminal de bandas organizadas que reiteradamente pretende crear alarma social con fines políticos.”

Para la fuente europea, el Estado, como aparato político, no tiene nada que ver con el terrorismo.

Terrorismo no serían consideradas las desapariciones que tienen lugar a diario en México, no lo son las muertes por desnutrición en los países de los cuales los poderosos extraen sus ganancias, ni la utilización de doctrinas de eliminación del enemigo interno.

El sentido común difundido sobre el terrorismo estuvo históricamente asociado a perfiles de grupos extremistas religiosos y/o políticos que pueden ir en contra de los intereses del imperialismo occidental, pero jamás se lo atribuye a las injusticias cometidas por los políticos europeos ni yankees.

Los discursos sobre el terrorismo estuvieron vinculados a Al-Qaeda, Sadam Hussain, a Ocalan, hasta el Che Guevara pero no a la OTAN, a Bush, a Thatcher, a Le Pen.

La lógica es ya bien conocida: una vez identificado el causante de la alarma, los flamantes mandatarios antiterroristas pueden emprender su cruzada. En pos de la lucha antiterrorista pueden intervenir gobiernos o pueden fomentar el más terrible odio contra cualquier pensamiento adverso a sus aspiraciones “republicanas”. De esa forma pueden invadir Irak, pueden invadir Afganistán, África, y Latinoamérica. Terrorista es cualquiera que vaya en contra de sus ideas civilizatorias.

En este momento, para el actual presidente de Francia, François Gérard Hollande, el principal enemigo es el grupo Islámico que ha terminado con la vida de “inocentes” caricaturistas. No obstante, éste no demostró la misma preocupación tras del asesinato de militantes kurdas en su propio territorio en Enero del año pasado, ni los políticos europeos demostraron la misma condolencia con la muerte de los 43 estudiantes de México a manos de narcotraficantes.

Los gestos por parte de la diplomacia francesa y europea son un indicio de que el número de víctimas no es el que determina que tan trágico puede ser el suceso, sino que lo determinante es el origen ideológico de las víctimas. Para ellos cotizan más alto los franceses, que los latinoamericanos.

El mundo tiene que saber que los terroristas son los Islámicos, a pesar que el Estado Francés es uno de los mayores propulsores de la OTAN junto a Estados Unidos, cuyos mercenarios sirven también al Estado Islámico/DAESH. ¿Para combatir el terrorismo no habría que empezar por casa?

No. Tanto el Estado Islámico (financiado principalmente por millonarios de Kuwait, Arabia Saudita, y Qatar), como Francia, Estados Unidos, Alemania, Inglaterra y los países de la UE no están dispuestos a perder la oportunidad de valerse de pretextos religiosos para asegurar su predominio militar y económico en el mundo.

Y en el medio de esta guerra por el capital quedan los pobres, los jóvenes, las facciones religiosas y políticas que confían en que otro orden económico mundial es posible. Quedan los pueblos que luchan por su autodeterminación y no por culturas importadas, basadas en el extractivismo y la explotación humana.

Vale aclarar, que a diferencia del Estado Francés, algunas de las tendencias religiosas que quieren combatir, están a la izquierda de ese Estado hoy cómplice del terrorismo.

Las imágenes de Mahoma

Por otro lado, muy poco se menciona acerca de que el semanario satírico “Charlie Hebdo” fue financiado con fondos secretos de la presidencia de la República durante gobiernos anteriores.

No llama la atención que un medio de comunicación de tal índole, gran difusor de la “Islamofobia” sea considerado baluarte de la “libre expresión” francesa. De lo que se trata no es solamente de burlar a los extremistas del EI, sino a todos los seguidores de Mahoma.

Actualmente no me considero practicante de una religión, pero no me sentiría a gusto si un grupo de dibujantes hiciera chistes sobre la imagen de Cristo. Tampoco me sentiría a gusto si el propio Estado financia esas imágenes o si el mismo está relacionado con un grupo extremista cuya lógica es inhumana.

El Estado Francés es culpable por partida doble.

Mucho menos me sentiría a gusto si el primer mandatario de mi país, quien dicen querer “integrar” a otras religiones, marcha de brazo del antisemita por excelencia de Netanyahu (Primer mandatario de Israel) o con el expresidente francés Sarkozy, implicado en los atentados terroristas en Libia.

Hollande debería pedir perdón como también debió pedirlo el presidente de México Peña Ñieto en su momento.

Tanto los Ayotzinapenses como los dibujantes fueron víctimas del terrorismo del Estado, que a fin de defender su ideología es capaz de cualquier cosa. Hoy somos 43 + 5 +12 + miles.

La excusa del extremismo le viene perfecto a Hollande para expandir más la beligerancia encubierta de pacifismo. No obstante, como demuestran las fotos “no oficiales” de la movilización en Francia, no le será tan fácil contar con el total apoyo de la población, que se concentró muy lejos de la clase política.

Ante la amenaza yihadista, será cuestión de que quienes hoy en Francia no están a favor de ser nuevas víctimas o victimarios de otro tipo de guerra interimperialista, busquen sus formas de resistencia así como lo está haciendo el pueblo mexicano.
Al ver la foto de Hollande donde aparece junto a su staff hipócrita, es imposible no compararla con aquella imagen de 1960 en que Ernesto Che Guevara marchaba junto a Fidel Castro y el pueblo cubano, tras uno de los tantos atentados por parte de Estados Unidos.

che marcha

La gran diferencia es que los revolucionarios marchan del brazo, mientras que los imperialistas solamente se unen cuando la diplomacia lo reclama.

Hay motivos para la sospecha

 

por Miguel Ángel Ferrer


Hay lugar para la conmoción. Un grupo de hombres armados ingresa a las oficinas en París de una revista muy conocida por su tratamiento poco comedido de los temas del islam, y con rifles automáticos AK 47 asesina a once periodistas y a varias personas más. En muy breve plazo, la policía francesa afirma tener identificados a los matones. Incluso proporciona los nombres de los tres criminales, a los que sin mayor averiguación llama terroristas. En el lugar de los hechos se apersona el presidente de Francia y dice, frase cohete, que los asesinos serán perseguidos sin descanso y llevados ante la justicia.

A las pocas horas, la policía informa que ya tiene localizados a los responsables del múltiple homicidio. Un poco después, los gendarmes afirman que los asesinos han sido muertos durante un enfrentamiento con las fuerzas del orden. Ya se sabe que los muertos no hablan.

También en brevísimo tiempo llegan a París un montón de jefes de Estado para encabezar una multitudinaria marcha condenatoria del terrorismo. Y llama la atención que en la vanguardia de la manifestación se encuentra un célebre practicante del más cruel terrorismo: el primer ministro de Israel.

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Acto seguido, como en un film de acción vertiginosa, ese montón de jefes de Estado, junto con el presidente de Estados Unidos, convocan a una conferencia internacional sobre seguridad para hacer frente, de manera conjunta y coordinada, al flagelo del terrorismo. Pero, ojo, no cualquier terrorismo, sino el terrorismo islámico. Y más concretamente el terrorismo islámico yihadista, al que sin mayor evidencia y del modo más categórico posible se atribuye el atentado contra la revista parisina.

Al calor del conocimiento de estos hechos vertiginosos, no puede uno evitar que venga a la memoria el incendio del Reichstag, atribuido por los nazis a “los comunistas”, atentado que produjo casi automáticamente, la llegada de Adolfo Hitler al poder absoluto.

Y cómo no recordar el hundimiento en la bahía de La Habana, en 1898, del Maine, buque de la armada estadounidense, atribuido por Washington al ejército español y que sirvió de perfecta excusa para el ingreso de Estados Unidos en la guerra de independencia de Cuba contra el dominio colonial español, y que tras la derrota de España permitió a Estados Unidos apoderarse militarmente de Cuba y ejercer sobre la isla un dominio neocolonialista que sólo terminó con el triunfo de la revolución de la Sierra Maestra.

¿Ya se olvidó el celebérrimo incidente del golfo de Tonkín en que, nos dijeron, unas lanchas torpederas de Vietnam del Norte habían cañoneado a un barco gringo, lo que más tarde se comprobó fue un hecho inexistente, una rotunda falsedad, pero que sirvió de pretexto para iniciar los bombardeos masivos de Vietnam del Norte, ocultados, por cierto, a la prensa y a la opinión pública estadounidenses?

¿Y las Torres Gemelas? También se responsabilizó a unos fanáticos musulmanes de ese feroz hecho. Pero hasta ahora nadie ha podido probar que, en efecto, las cosas ocurrieron como dice la versión oficial. Ni en Nueva York ni en Washington ni en Maryland, donde nos dijeron que, quién sabe cómo, un avión lleno de pasajeros se vino a tierra. En la literatura política mundial, a este tipo de acciones se les llama atentados con bandera falsa.

Aquel montón de mandatarios y sus servicios secretos y sus aparatos de inteligencia y espionaje y la policía parisina, ¿habrán siquiera considerado la hipótesis de un atentado con bandera falsa? ¿O sólo siguieron puntualmente y con cara de circunstancias el libreto preescrito para aumentar y justificar la islamofobia occidental y nuevas guerras coloniales contra los países musulmanes, Irán en primer término? De modo que si hay motivos para la conmoción, también los hay para la sospecha.

Blog del autor: http://www.miguelangelferrer-mentor.com.mx

Charlie Hebdo: calar ou ser morto?

A blasfémia é um direito e não um crime

por Francisco Teixeira da Mots
Público/ Portugal

 

democracia censura

A dimensão de que goza a liberdade de expressão numa sociedade é uma excelente forma de aferirmos da sua democraticidade pelo que a definição dos seus limites deve ter sempre em conta que a proibição ou a repressão de qualquer opinião, por mais aberrante que seja, é sempre um prejuízo para a sociedade, ao impedir a livre circulação de ideias.

Há, no entanto, expressões que podem ou devem ser reprimidas, como, por exemplo, a instigação pública à prática de crimes, na medida em que constituam um perigo sério e atual para a integridade física e psíquica dos cidadãos, mas nunca por não concordarmos com as mesmas ou porque sejam aberrantes ou sinistras. Como disse o juiz Oliver Wendell Holmes Jr., do Supremo Tribunal norte-americano, a liberdade de expressão não protege o pensamento dos que concordam connosco, mas sim o pensamento que odiamos.

Muito daquilo que se escrevia e desenhava no Charlie Hebdo – e espera-se que assim continue – era de um profundo mau gosto, por vezes, abjecto e sempre de uma enorme inconveniência, num jornalismo satírico e violento que, à partida, não respeitava nada nem ninguém, testando os limites admissíveis da liberdade de expressão numa cruel apologia de uma humanidade despida de tabus e preconceitos, de moralismos e hierarquias. É por isso mesmo perfeitamente absurdo ver, entre outros, os presidentes da Hungria e da Turquia, países onde a liberdade de expressão é uma miragem, desfilarem em Paris sob a bandeira “Je suis Charlie”.

A matança na redação no Charlie Hebdo é uma manifestação de um fanatismo político-religioso, desesperado, ao qual não podemos responder de forma cordata, mas sim com o radicalismo da palavra: reafirmando a essencialidade de podermos pensar e falar livremente. Não podemos aceitar polícias do pensamento e da palavra, sejam eles fundamentalistas religiosos ou fanáticos moralistas. Muçulmanos, judeus ou cristãos.

Responder com um pretenso “bom senso” ao ataque terrorista à liberdade de expressão em França, com afirmações do tipo “há que ter em conta a sensibilidade dos outros e evitar proferir publicamente palavras que chocam as crenças, nomeadamente religiosas”, seria abdicar da nossa responsabilidade e liberdade enquanto seres humanos e cidadãos de sociedades democráticas. Seria a vitória do terrorismo. No fundo, ceder à chantagem.

A Al-Qaeda da Penísula Arábica já reivindicou a autoria do atentado, nomeadamente a escolha do alvo e o financiamento da operação. Segundo um dirigente desta organização, “a operação foi uma grande satisfação para todos os muçulmanos” e constituiu “uma mensagem forte a todos aqueles que se atrevem a meter-se com o que é sagrado para os muçulmanos”, aproveitando para exortar os ocidentais a “pararem com os seus ataques em nome de uma falsa liberdade”.

Este criminoso fanatismo político-religioso, de uma vanguarda iluminada e autoproclamada representante de toda uma comunidade, que responde às caricaturas do Charlie Hebdo com a execução pública dos cartoonistas não pode prevalecer. Temos de continuar a poder dizer – quem o quiser fazer – e a poder ouvir – quem o quiser, também – todas as inconveniências, políticas, religiosas e culturais, sob pena de um dia não podermos dizer nenhuma, nem mesmo aquelas que já não acharmos inconveniências.

Embora a liberdade de expressão, como garantia do livre pensamento, deva incluir o direito à blasfémia, isto é, às injúrias e desrespeito às divindades e às religiões, não é essa a realidade legal em todos os Estados democráticos. Mas seja um direito ou seja um crime, a blasfémia não é seguramente justificação ou atenuante sequer para a morte dos seus autores.

O terrorismo sempre foi uma realidade extremamente minoritária e nunca conseguiu atingir grandes objectivos ou provocar grandes modificações sociais, antes se consumindo em atos que, embora de grande visibilidade e impacto emocional, são isolados e estéreis. Não podemos, pois, aceitar que o medo nos domine, nem que a Europa mergulhe em qualquer sinistra deriva securitária como aquela a que assistimos nos EUA após o 11 de Setembro, com um crescimento exponencial do Estado com graves prejuízos para os direitos individuais.

Haverá, certamente, explicações para aquilo que sucedeu em Paris, para além do indesmentível fanatismo dos seus autores. Como também as haverá para as crianças armadilhadas “explodidas” em mercados da Nigéria. Ou muitos outros atos terroristas. Certo é que não podemos nunca aceitar abdicar da nossa liberdade pela chantagem terrorista daqueles que desprezam a nossa humanidade.

P.S.– Espera-se que o humorista Dieudonné, que escreveu na sua página de Facebook após ter participado na manifestação do dia 11 de Janeiro que se sentia “Charlie Coulibaly”, seja absolvido do crime de apologia de terrorismo por que foi detido a bem da liberdade de expressão.

La ocultación política y mediática de las causas del atentado contra “Charlie Hebdo”, sus consecuencias y retos

 

por Said Bouamama
Investig’Action

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Traducido del francés por Beatriz Morales Bastos.

El atentado contra el semanario satírico Charlie Hebdo marcará nuestra historia contemporánea. Falta por saber en qué sentido y con qué consecuencias. En el contexto actual de la «guerra contra el terrorismo» (guerra exterior) y de racismo e islamofobia de Estado, los autores de este acto ha acelerado, conscientemente o no [1], un proceso de estigmatización y aislamiento del componente musulmán, real o supuesto, de las clases populares.

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«Aún es fecundo el vientre del que surge la bestia inmunda», Bertolt Brecht, Arturo Ui

Las consecuencias políticas del atentado ya son desastrosas para las clases populares y van a ser peores si no se propone ninguna alternativa política a la famosa «Unión Nacional».

En efecto, la manera de reaccionar de los medios de comunicación franceses y de la abrumadora mayoría de la clase política es criminal. Son estas reacciones las que son peligrosas para el futuro y las que llevan en sí mismas muchos «daños colaterales» y futuros 7 y 9 de enero cada vez más mortíferos. Comprender y analizar para actuar es la única postura que hoy permite evitar las instrumentalizaciones y desviaciones de una emoción, una cólera y una revuelta legítima.

La ocultación total de las causas

El hecho de no tener en cuenta las causalidades profundas e inmediatas, el aislar las consecuencias del contexto que las hace emerger y el no inscribir un acontecimiento tan violento en la genealogía de los factores que lo han hecho posible condena a la tetania en el mejor de los casos y en el peor a una lógica de guerra civil. Nadie en los medios de comunicación aborda hoy las causas reales o potenciales. ¿Por qué es posible que semejante atentado se produzca hoy en París?

Como pone de relieve Sophie Wahnich, existe «un uso fascista de las emociones políticas de la masa» cuyo único antídoto es el «anudamiento posible entre las emociones y la razón» [2]. Lo que estamos viviendo actualmente es este confinamiento de los discursos mediáticos y políticos dominantes a una sola emoción ocultando totalmente el análisis real y concreto. Todo intento de análisis real de la situación tal como es o todo análisis que trate de proponer otra explicación que la proporcionada por los medios de comunicación y la clase política se convierte en una apología del atentado.

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Mirada al vientre fecundo de la bestia inmunda
Miremos, pues, hacia las causas y, en primer lugar, a las que de ahora en adelante competen a la larga duración y a la dimensión internacional. Francia es una de las potencias que está más en guerra en el planeta. Desde Iraq a Siria pasando por Libia y Afganistán debido al petróleo, de Mali a la República Centroafricana pasando por Congo debido a los minerales estratégicos los soldados franceses contribuyen a sembrar la muerte y el desastre en los cuatro rincones del planeta. El final de los equilibrios mundiales surgidos de la Segunda Guerra Mundial con la desaparición de la URSS unido a la globalización capitalista centrada en el descenso de los costes para maximizar los beneficios y a la nueva competencia de los países emergentes convierten al control de las materias primas en la causa principal de las injerencias, las intervenciones y las guerras contemporáneas. El sociólogo Thierry Brugvin resume de la siguiente manera el lugar que ocupan las guerras en el mundo contemporáneo:

«La conclusión de la Guerra Fría precipitó el final de una regulación de los conflictos a nivel mundial. Entre 1990 y 2001 se disparó la cantidad de conflictos entre Estados: 57 conflictos importantes en 45 territorios diferentes. […] Oficialmente siempre se legitima por medio de móviles virtuosos el emprender la guerra contra una nación adversa: defensa de la libertad, democracia, justicia… En los hechos, las guerras permiten controlar económicamente a un país, pero también facilitar que los empresarios privados de una nación puedan acaparar las materias primas (petróleo, uranio, minerales, etc.) o los recursos humanos de un país.» [3]

Desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 el discurso de legitimación de las guerras se construye esencialmente sobre el «peligro islamista» que contribuye a que se desarrolle una islamofobia a gran escala en el seno de las principales potencias occidentales, islamofobia que los propios informes oficiales se ven obligados a constatar. [4] Estas guerras producen al mismo tiempo un fuerte «odio a Occidente» en los pueblos que son víctimas de estas agresiones militares. [5] Las guerras que lleva a cabo Occidente son una de las principales matrices de la bestia inmunda.

Próximo Oriente y Medio Oriente son un reto geoestratégico fundamental en la voluntad de control de las riquezas de petróleo y gas. Las estrategias de las potencias occidentales en general y de las francesas en particular se despliegan en dos ejes: el fortalecimiento de Israel como base y pilar del control de la región, y el apoyo a las petromonarquías reaccionarias del Golfo.

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De este modo, el apoyo incondicional al Estado de Israel es una constante de la política francesa que no conoce alternancia, desde Sarkozy a Hollande. El Estado sionista puede asesinar a gran escala con total impunidad. Sean cuales sean la magnitud y los medios de las masacres, el gerente local de los intereses occidentales nunca está verdadera y duraderamente inquieto. Así, François Hollande declaró durante su viaje oficial a Israel en Israel en 2013: «Seré siempre un amigo de Israel». [6]

Y también en este caso el discurso mediático y político de legitimación de este apoyo se construye sobre la base de una representación del grupo Hamás palestino pero también de la resistencia palestina en su conjunto (a través de recurrentes imprecisiones verbales), de la población palestina en su conjunto y de sus apoyos políticos internacionales, como portadores de un peligro «islamista». La lógica del «doble rasero» se impone una vez más a partir de un enfoque islamófobo adoptado por las esferas más altas del Estado y que retoman la gran mayoría de los medios de comunicación y de actores políticos. Este es el segundo perfil del vientre de la bestia inmunda.

Estos factores internacionales se conjugan con factores internos de la sociedad francesa. Antes hemos puesto de relieve la islamofobia de Estado, propulsada por la Ley sobre el pañuelo en 2004 y mantenida después regularmente (discurso sobre las revueltas de los barrios populares en 2005, Ley sobre el niqab, «debate» sobre la identidad nacional, Circular Chatel y exclusión de las puertas de salida de las escuelas de aquellas madres que lleven velo, acoso a las estudiantes de instituto que lleven faldas largas, prohibición de las manifestaciones en apoyo al pueblo palestino, etc.).

Hay que poner de relieve ahora que ninguna respuesta de las fuerzas políticas que se declaran de las clases populares ha hecho frente a este clima de islamofobia. Y lo que es más grave, en varias ocasiones se ha producido un amplio consenso con el pretexto de defender la «laicidad» o de no relacionarse con «quienes defienden a Hamás». Desde la extrema derecha a una parte importante de la extrema izquierda se han presentado los mismos argumentos, se han construido las mismas separaciones, se han producido las mismas consecuencias

El resultado de ello no es otro que el arraigo aún más profundo de las islamalgamas*, la profundización de una división en el seno de las clases populares, el debilitamiento aún mayor de los ya debilitados diques antirracistas y una violencia concreta o simbólica ejercida contra las y los musulmanes. Como propone Raphaël Liogier, este resultado se puede describir como la difusión por parte de un sector importante de la sociedad del «mito de la islamización» que desemboca en la tendencia a constituir una «obsesión colectiva». [7]

La tendencia a la producción de una «obsesión colectiva» aumentó todavía más con el reciente tratamiento mediático de los casos Zemmour y Houellebecq. Tras haberle ofrecido múltiples tribunas, Eric Zemmour fue despedido de I-télé por haber propuesto la «deportación de los musulmanes franceses». Esto le permite dárselas de víctima en el contexto de esta obsesión colectiva que hemos mencionado. Por lo que se refiere al escritor [Michel Houellebecq] lo defienden muchos periodistas con el pretexto de que no se puede confundir ficción y realidad. No obstante, en ambos casos queda una profundización del sentimiento de «la obsesión colectiva» por una parte y el sentimiento de ser una vez más insultado permanentemente por otra. Este es el tercer perfil del vientre de la bestia inmunda.

Este factor interno de una islamofobia banalizada tiene unos efectos decuplicados en el actual contexto del debilitamiento económico, social y político general de las clases populares. La pauperización y la precarización generalizada se han vuelto insoportables en los barrios populares. De ahí se desprenden unas relaciones sociales marcadas por una violencia cada vez mayor contra uno mismo y contra las personas cercanas. A ello se une el descenso de clase social de una parte importante de las clases medias, así como el temor a ese descenso en aquellas personas para las que las cosas todavía van bien, pero que no son «de buena familia». Cuando estas últimas personas se sienten en peligro disponen entonces de un blanco consensual que ya está completamente calificado de legítimo tanto mediática como políticamente: el musulmán o la musulmana.

El debilitamiento afecta aún más al componente surgido de la inmigración de las clases populares, que se enfrenta a las discriminaciones racistas sistémicas (ángulo absolutamente muerto de los discursos de las organizaciones políticas que se declaran de las clases populares), las cuales producen unas trayectorias de marginación (en la formación, en la búsqueda de vivienda, en la relación con la policía y con los controles según el color de la piel**, etc.). [8]

La profundización de la división entre dos componente de las clases populares en una lógica de «dividir a quienes deberían estar unidos (los diferentes componentes de las clases populares) y de unir a quienes deberían estar divididos (las clases sociales con intereses divergentes)» es el cuarto perfil del vientre de la bestia inmunda.

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¿Qué pare este vientre?
Esta matriz es claramente propicia para la emergencia de trayectorias nihilistas que se traducen en la matanza de Charlie Hebdo. Estas trayectorias, que son extremadamente minoritarias, son una producción de nuestro sistema social, así como de las desigualdades y discriminaciones generalizadas que lo caracterizan.

Pero lo que las reacciones al atentado han revelado es igual de importante y cuantitativamente está mucho más extendido que la opción nihilista (¿por ahora?). Sin poder ser exhaustivos, recordemos algunos elementos de estos últimos días. Por lo que se refiere a los discursos, tuvimos a Marine Le Pen exigiendo un debate nacional contra el «fundamentalismo islámico», al bloque identitario que declaraba la necesidad de «poner en tela de juicio la inmigración masiva y la islamización» para luchar contra el «yihadismo», al periodistas Yvan Rioufol de Le Figaro que conminaba a Rokhaya Diallo de desolidarizarse en RTL, a Jeannette Bougrab que acusaba a «quienes han calificado a Charlie Hebdo de islamófobo» de ser los culpables del atentado, sin contar todas las declaraciones que hablaban de «guerra declarada». A estas palabras se unen los pasos al acto de estos últimos días: una miembro de Femen se filma quemando y pisoteando El Corán, se producen unos disparos contra la mezquita de Albi, aparecen unas pintadas racistas en las mezquitas de Bayona y Poitiers, se lanzan granadas contra otra en Mans, se producen disparos contra una sala de oración en Port la Nouvelle, se quema otra sala de oración en Aix les Bains, se cuelgan una cabeza y vísceras de jabalí ante una sala de oración en Corte, Córcega, un kebab es objeto de una explosión en Villefranche sur Saône, un automovilista es el blanco de unos disparos en el Vaucluse, se molesta a un estudiante de secundaria de origen magrebí de 17 años durante un minuto de silencio en Bourgoin-Jallieu en Isère, etc. Estas palabras y actos muestran la magnitud de los daños que ya han causado las últimas décadas de banalización islamófoba. También forman parte de la bestia inmunda.

La bestia inmunda se encuentra también en la sangrante ausencia de indignación frente a las innumerables víctimas de las guerras imperialistas de estas últimas décadas. Al reaccionar a propósito del 11 de septiembre la filósofa Judith Butler se pregunta sobre la indignación desigual. Pone de relieve que la justificada indignación por las víctimas del 11 de septiembre se acompaña de una indiferencia por las víctimas de las guerras emprendidas por Estados Unidos: «¿Cómo es que no nos dan los nombres de los muertos de esta guerra, incluidos aquellos a los que ha matado Estados Unidos, aquellas personas de las que nunca tendremos una imagen, un nombre, una historia, nunca tendremos el menor fragmento de testimonio sobre sus vidas, algo que poder ver, tocar, saber?». [9]

Esta indignación desigual está en la base de un proceso de producción de una división muy real en el seno de las clases populares. Y es esta división la que es portadora de todos los peligros, sobre todo en un periodo de construcción de «la unión nacional», como el actual.

La unión nacional que sueñan con construir es «todas y todos juntos contra aquellos que no son de los nuestros, contra aquellas y aquellos que no enseñen su patita blanca***».

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Una formidable instrumentalización política
Pero el escándalo que vivimos hoy no se detiene ahí. Con un cinismo consumado se despliegan todo el día instrumentalizaciones de la situación y del pánico que esta suscita.

* Refuerzo de la seguridad y ataques contra las libertades democráticas

Algunos, como Dupont Aignan, reclaman «más flexibilidad a las fuerzas del orden» aunque el pasado otoño ya se votó una nueva «ley antiterrorista». Y haciéndose eco, Thierry Mariani alude a la Patriot Act estadounidense (cuya consecuencia fue un grave ataque contra las libertades individuales con el pretexto de la lucha contra el terrorismo): «Estados Unidos supo reaccionar tras el 11 de septiembre. Se ha denunciado la Patriot Act, pero desde entonces no ha habido atentados, aparte del de Boston». [10]

Instrumentalizar el miedo y la emoción para reforzar unas leyes y medidas liberticidas es la primera manipulación que se pone hoy a prueba para medir las posibilidades en materia de regresión democrática. Determinadas reivindicaciones legítimas y urgentes se vuelven ya inaudibles debido al enorme aumento de las medidas de seguridad que tratan de aprovecharse de la situación: por ejemplo, será mucho más difícil llevar a cabo la lucha contra los controles según el color de la piel y continuarán las humillaciones cotidianas que estos producen en medio de la indiferencia general.

* La unidad nacional

La construcción activa y determinada de la unidad nacional es la segunda instrumentalización importante en curso. Permite poner en sordina el conjunto de las reivindicaciones que traban el proceso de desregulación generalizada. Por muy burdo que sea, es eficaz en un clima de miedo generalizado, que el conjunto de los medios de comunicación producen cotidianamente. En algunas ciudades la unidad nacional se ha extendido ya al Frente Nacional que ha participado en las concentraciones de apoyo a Charlie Hebdo. [La ex ministra francesa de Justicia Rachida] Dati y [el ex primer ministro francés François] Fillon se indignan ya de «la exclusión» de Marine Le Pen de la unidad nacional. Esta «unidad nacional» también es lo que más daño político ha provocado puesto que destruye las raras referencias positivas que pudieran existir antes en términos de posibles alianzas e identidades políticas.

* La conminación a justificarse

Otra instrumentalización es la permanente conminación que se hace a los musulmanes reales o supuestos a justificarse por unos actos que ellos no han cometido y/o a desmarcarse de los autores del atentado.

Este hecho de ser permanentemente acusado es humillante. A nadie se le ocurrió exigir a los cristianos reales o supuestos una condena cuando el noruego Anders Behring Breivik asesinó a 77 personas en julio de 2011 reivindicándose como islamófobo y nacionalista blanco.

Tras esta conminación se encuentra la lógica que plantea que el islam es por esencia incompatible con la República. De esta lógica se desprende la idea de poner a los musulmanes, reales o supuestos, bajo vigilancia no solo policial, sino también de los medios de comunicación, de los profesores, de los vecinos, etc.

* ¿Ser Charlie? ¿Quién puede ser Charlie? ¿Quién quiere ser Charlie?

 

Por último, la consigna «todos somos Charlie» es la ultima instrumentalización desplegada estos días. Si el atentado contra Charlie Hebdo es condenable, sin embargo está fuera de cuestión olvidar el papel que ha desempeñado este semanario en la construcción del actual clima de islamofobia.

También está fuera de cuestión olvidar las odas a Bush que acogían sus páginas cuando este impulsaba esta famosa «guerra contra el terrorismo» en Afganistán y después en Iraq. Estas tomas de postura escritas o dibujadas no son detalles o simples diversiones sin consecuencias: son el origen de múltiples agresiones a mujeres veladas y de muchos actos contra lugares de culto musulmanes. Sobre todo, este semanario ha contribuido enormemente a dividir a las clases populares en un momento en que más que nunca necesitaban unidad y solidaridad. No somos más Charlie ayer que hoy.

Los tiempos que se avecinan van a ser difíciles y costosos. Para detener la escalada tenemos que acabar con la violencia de los dominantes: tenemos que luchar para parar las guerras imperialistas en curso y derogar las leyes racistas. Para detener la escalada tenemos que desarrollar todos los marcos y acontecimientos de solidaridad destinados a impedir la invasión de palabras o de actos racistas y, sobre todo, islamófobos. Para detener la escalada tenemos que construir todos los espacios posibles de solidaridad económica y social en nuestros barrios populares, con total autonomía respecto a quienes predican la unión nacional como perspectiva.

Necesitamos más que nunca organizarnos, cerrar filas, rechazar la lógica que «divide a quienes deberían estar unidos y une a quienes deberían estar divididos». Más que nunca tenemos que designar al enemigo para construirnos juntos: el enemigo es todo aquel que nos divide.

Notas:
[1] Por una parte es demasiado pronto para decirlo y por otra el resultado es el mismo.

[2] Sophie Wahnich, La révolution française, un événement de la raison sensible 1787-1799, Hachette, París, 2012, p. 19.

[3] Thierry Brugvin, Le pouvoir illégal des élites, Max Milo, París, 2014.

[4] Djacoba Liva Tehindrazanarivelo, Le racisme à l’égard des migrants en Europe, éditions du Conseil de l’Europe, Estrasburgo, 2009, p. 171.

[5] Jean Ziegler, La haine de l’Occident, Albin Michel, París, 2008.

[6] Le Monde, “Hollande «ami d’Israël» reste ferme face à l’Iran”, 17-11-2013.

* N. de la t.: “Islamalgame” es un neologismo creado para expresar todas las amalgamas, siempre con connotaciones negativas, que se hacen a propósito del islam (islam y terrorismo, islam y delincuencia, etc.).

[7] Raphaël Liogier, Le mythe de l’islamisation, essai sur une obsession collective, Le Seuil, París, 2012.

** N. de la t.: “contrôles au faciès” en el original. Se refiere a los controles policiales que se hacen en Francia sobre todo a las personas que no son de piel blanca y que los sufren con mucha más frecuencia que aquellas que tienen la piel blanca

[8] Véase sobre este aspecto mi último artículo en mi blog, “Les dégâts invisibilisés des discriminations inégalité sociales et des discriminations racistes et sexistes”, https://bouamamas.wordpress.com/

*** N. de la t.: Hay un juego de palabras intraducible con la expresión “montrer patte blanche”, cuyo origen está en una fábula de La Fontaine de la cabrita que pedía al lobo que enseñara su patita blanca para poder entrar y que actualmente significa “enseñar un signo de reconocimiento convenido, decir la contraseña necesaria para entrar en algún lugar”. Su traducción literal sería “enseñar la pata blanca”.

[9] Judith Butler, citada en Mathias Delori, “Ces morts que nous n’allons pas pleurer”, http://blogs.mediapart.fr/blog/math…, consultado el 9 de enero de 2015 las 18:00 h.

[10] Le Parisien, 8-01-2015

Animador del Collectivo Manouchian, Said Bouamama es un sociólogo, militante asociativo y político. Su especialidad es la inmigración, las discriminaciones y el racismo como procesos de dominación. Said Bouamama fue uno de los participantes de la Marcha por la Igualdad de diciembre de 1983 en la que convergieron hacia París miles de personas que luchaban por acabar con el racismo y las discriminaciones masivas del estado francés hacia una parte de sus ciudadanos, en especial aquellos de origen magrebí, en un contexto generalizado de crímenes racistas y banalización de la extrema derecha. Acaba de publicar Figures de la Révolution Africaine (de Kenyata à Sankara), Editions La Découverte, 2014. También es el autor de Les classes et quartiers populaires. Paupérisation, ethnicisation et discrimination, Éditions du Cygne, 2009; La France: Autopsie d’un mythe national, Larousse, 2008 y L’affaire du foulard islamique: production d’un racisme respectable, Le Geai bleu, 2004, entre muchas otras obras.