Cruce de fronteras entre la cinefilia y la militancia


Desde hoy hasta el próximo domingo, cinco sedes porteñas serán sede de la muestra Asterisco, producida conjuntamente por la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación y el Incaa. Se verán 130 películas de 30 países.

por Oscar Ranzani

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El Festival Internacional de Cine Lgbtiq sobre diversidad sexual, que se llevará a cabo desde hoy y hasta el próximo domingo, será el más completo que se haya desarrollado hasta el momento en la Argentina. El Festival Asterisco, el nombre busca evitar las marcas de género para incluir todas las identidades…

Producción versus recepción

¿A qué público apunta el Festival Asterisco? “Es una pregunta difícil de contestar, porque no me queda muy claro a qué apuntan los festivales de cine –sostiene Carri–. En principio apunta a un público cinéfilo. Es, sin duda, un festival de cine cuyo primer objetivo es que se vea cine, pero también apunta a un público más masivo al que le permita descubrir nuevas formas de narración. Es un festival de autor, además de ser una muestra sobre diversidad. El tipo de programación es bastante radical”, reconoce la directora artística.

Con sólo ver los números abultados de películas sobre diversidad sexual, vale preguntarse si hay mayor producción audiovisual que hace unos años o si antes existía, pero no estaban los espacios para difundirla. “Los espacios para difundir cine están restringidos desde hace mucho tiempo. Cada vez más, los festivales se están convirtiendo en una forma de industria y en exhibidores de un tipo de cine. Cada vez hay más producciones, pero porque cada vez hay más producción de cine en general. Igual, eso no tiene un correlato en la calidad necesariamente, pero sí en la experimentación; así que es un camino, una forma de aprendizaje”, entiende Albertina Carri. Otro interrogante es si hay mayor receptividad que hace unos años. “Hay mayor receptividad desde el momento en que no sólo se votaron las leyes sino que se discutieron esas leyes. Esos debates que, en realidad, se venían dando en muchos sectores considerados minoritarios, sobre todo con la ley de matrimonio igualitario, salieron a las calles. Y ése fue un cambio muy grande de paradigma. También hubo pensamientos en contra, pero esa discusión, ese poder decir, liberó muchas zonas en ciertos relatos. En ese sentido, el público es más receptivo. No sólo es más receptivo: creo que también hay una necesidad de conocer y de saber un poco más”, opina Carri.

 

Pierrot Lunaire
de Bruce LaBruce (EE.UU., 2014)

 

 

 

Inspirándose en hechos reales que tuvieron lugar a fines de los setenta, LaBruce narra la historia de amor entre un hombre trans y una chica, con música interpretada por Premil Petrovic sobre la composición de Schönberg que da título a la película. Este extraño e hipnótico viaje sigue el impulso de la música atonal para volcarse a las calles nevadas de Berlín de la mano de un “dandy masculino”, en un trip en blanco y negro en el que LaBruce parece parodiar/homenajear a su compatriota canadiense Guy Maddin y a los pioneros del cine homoerótico underground. Pierrot Lunaire ganó el Premio Especial del Jurado en el Festival de Berlín 2014.

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Hellraiser
de Clive Barker (Inglaterra, 1987)

 

 

El sentido de la moda del activismo queer impregna la obra completa de Barker, especialmente en la saga de Hellraiser, en la que se hace referencia al sadomasoquismo y a la cultura “urbana primitiva” del body-piercing y la escarificación. Barker fue un dramaturgo under en Londres a mediados de los setenta, y una vez fue arrestado por Scotland Yard por culpa de algunas de sus más extremas ilustraciones sadomasoquistas. Aun así, Barker se sorprendió cuando Pinhead, un personaje de la saga Hellraiser cuyo nombre se explica solo (“cabeza de alfiler”), se convirtió en algo cercano a un símbolo sexual, por lo menos a juzgar por las tarjetas de las respuestas del público que Barker pudo observar. Como un crítico escribió acerca de Barker y Pinhead, “las fantasías fetichistas de Robert Mapplethorpe podrán ser demasiado para la Galería Corcoran de Washington D.C., pero el semblante puercoespinoso de Pinhead adornó la vía pública en Estados Unidos no una sino dos veces; la segunda de ellas gracias a su regreso, a pedido del público, con Hellbound. Un punto más para los géneros que lideran el mainstream. Barker es persistente en cuanto a su interés por explorar el género como una poderosa metáfora de los queer, al observar el atractivo emocional que este tiene en individuos que anhelan liberarse de las constricciones y construcciones de lo normal.

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Kátia
de Carla Holanda (Brasil, 2012)

“Aunque nací en Piauí, la primera vez que escuché hablar de Kátia fue en San Pablo, a través de los diarios e Internet. Ella ya era una figura conocida en los medios por haber sido la primera travesti electa para ocupar un cargo público en Brasil.
Su apellido fue lo que me llamó la atención: los Tapety son una de las familias tradicionales más ligadas a la política en ese estado”. Esto cuenta Karla Holanda, directora de este documental que nos presenta a Kátia Tapety, una hiperactiva señora de 60 años (“solar, espiritual, sin filtro”, la describe Holanda) casada desde hace 20 años con el mismo hombre y madre de tres hijos. Kátia nació como José, y en su largo camino desde un pueblito del sertão acumuló innumerables historias para contar: no solo ganó tres elecciones seguidas a concejala municipal, sino que también ejerció el cargo de vicealcalde entre 2004 y 2008, y se ganó el respeto de su religioso y conservador municipio.

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She Said Boom: The Story of Fifth Column
de Kevin Hegge (Canadá, 2012)

 

Kevin Hegge cuenta que, luego de entrevistar a Kathleen Hanna, con un amigo salieron a correr por las calles de Nueva York como dos adolescentes alocados. Es posible imaginar a la gente saliendo de ver esta película tomando las calles de Buenos Aires en una explosión sinérgica de punk-queer-core-música feminista-fuerza orgásmica-found footage. She Said Boom: The Story of Fifth Column es un viaje energizante por la historia de esta banda de punk formada en los tempranos ochenta por un grupo de chicas que no solo desafiaban los roles de género, sino que también ponían en cuestión la creación artística misma. Fifth Column, entonces, no era solo una banda punk feminista, sino un movimiento que involucraba fanzines, películas en Super 8, Do It Yourself y mucho queer. Con entrevistas a la imponente G. B. Jones y otras miembras y otr*s colaborador*s, She Said Boom es una proclama anticapitalista y antipatriarcal.

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El proyecto de Beti y el hombre árbol
de Alvaro Buela (Uruguay 2013)
En un sueño hiperreal, ciertas nubes (por cierto, muy “fatamorgánicas”) nos sumergen desde el inicio en las hojas de un improbable pero jamás mutilado cuaderno en el que alguien, al fin, logra urdir esta singular especie de novela interruptus (que, por suerte, no tiene punto final). La película está construida en su propio y personal pero nada abstracto universo, como hojas de un mismo hombre-árbol en cuyas ramas fluye la propia resistencia, capaz de novelar sin velar este sinfín de situaciones falsamente reales o realmente ficticias (da lo mismo). Esto es algo que se agradece cuando contemplamos las peripecias de un universo con guiños a ciertos anclajes del desvarío genial, entre otros: Antonin Artaud, Samuel Beckett y Pierre Molinier, para quien (como, en el fondo, también para Beti) “ser su propia mujer” ya no le resulta difícil, al contrario. La ficción-documental se enseñorea cuadro tras cuadro y logra encarnarse en el enorme y legendario intérprete Alberto Restuccia, deliciosamente captado por el director Alvaro Buela. En esta especie de “road vida”, cine realidad o puesta en el mundo, ya no hay máscaras que puedan colocarse en los poemas abyectos, los vestuarios con huecos de panzas deliciosamente obscenas, los maquillajes ultracargados y, sobre todo, la poderosísima expresividad.

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To be Takei
de Jennifer M. Kroot (EE.UU., 2014)
No podía ser de otra manera: de la nave de Star Trek, tal vez la más multicultural de la historia de la TV, sigue brotando diversidad. No se trata de otra ficción homoerótica creada por fans sobre un romance entre el Capitán Kirk y Spock, sino la salida del closet de George Takei, quien interpretaba al icónico Hikaru Sulu y comenzó a tripular la serie desde sus inicios a mitad de los sesenta. Jennifer M. Kroot logra retratar la intimidad de Takei en varias dimensiones: como actor de culto en convenciones, como activista mediático gay en defensa del matrimonio igualitario y los derechos civiles, como testimonio del sometimiento de los migrantes japoneses en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, y como esposo de Brad en momentos festivos y dolorosos. La vida de Takei cubre varios flancos que van desde la cultura pop -incluso su actuación al lado de John Wayne- hasta un compromiso con los derechos humanos que pocas figuras así de populares adoptaron con tanta humanidad. Y ese rango dinámico de To Be Takei hace que pueda contener tanto humor negro (con una escena que parece recrear a El gran Lebowski) como emotivas historias de vida que pueden activar el lagrimal.

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Valencia (EE.UU., 2012).
Película realizada por veinte directores, basada en la novela homónima de Michelle Tea.
Lesbos (la isla) es demasiado cool, demasiado vainilla, y nada de tierra prometida (ojo que la tierra prometida puede terminar casada). ¿Qué torta quiere un mito de origen en el que Safo encima tenía novio? Es más: ¿quién quiere tener un mito de origen? Mejor que un mito es una contraseña: Valencia (la película). Que Valencia quede en San Francisco y no en España ya es un bautismo torcido, un signo. Es una calle política donde las tortas de los noventa vivieron una utopía libertaria en la que los flujos del deseo no eran simplemente una metáfora. Los paraísos artificiales convivían con los ciclos de la menstruación; era posible secuestrar el fist-fucking para goce del propio culo y convertir el hecho de ser amante de las mujeres en una profesión de por vida (ésa es la bandera de Michelle, la protagonista). El bing bang de la identidad no es una declaración de principios, sino que dinamita la película toda. Veinte directores, veinte estilos, una Michelle gorda, otra chicata, otra trava, otra muñeca inflable, otra latina, otra Angelina Jolie, que siempre cambian de escenario, chupan, se drogan, cogen lo que les gusta (otra que la monótona migración de dama con miriñaque a caballero espadachín del Orlando de Virginia Woolf) y ¡MILITAN! Todas aman a Iris, que también cambia pero se sustrae (¡ah, ese charme de la amada que dice yo te quiero/yo tampoco!): la igualdad es un opio sedentario; la reciprocidad exacta, un negociado.
Valencia no denuncia ni pide respeto: actúa. Es libertina, orgiástica, veloz (las tortas de Valencia inventan cosas menos burocráticas que el dark room), y posee una poética que se expande en el texto (prueben verla por segunda o tercera vez y escuchar sólo la voz en off o leer sólo los subtítulos, y habrán hecho el ritual de recitar un himno torta afrodisíaco genial). En Valencia el dolor de amar no es desdichado sino la puesta en movimiento de una polieuforia de vivir en arte sin las imposturas dandies, sin las melancolías románticas y sin la depresión existencialista, un arte cuya máxima aspiración al mercado puede ser una fiesta (ah, ese provocativo amateurismo torta): escribiendo poemas / angustiados y brillantes, / dibujando comics, / pintando cuadros / gigantes y dolorosos, / es decir: viviendo.

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